Por: Carlos Andrés Castro Macea.
Colombia Es El Típico Ejemplo En América Latina, si bien la reacción de los gobiernos de la mayoría de países de América Latina ha sido mucho más sensible a la crisis mundial del capitalismo que lo que se observa en los Estados Unidos y Europa, la excepción es Colombia, cuyo territorio ha sido entregado al capital transnacional para su explotación y depredación. El planteamiento es del reputado sociólogo urbano, geógrafo e historiador social inglés David Harvey, uno de los más connotados intelectuales de la izquierda de prestigio mundial, en desarrollo de una de sus recientes conferencias en la ciudad de Buenos Aires.
En Suramérica, Colombia es un caso patético de las consecuencias nefastas del modelo neoliberal, explicó. “La historia de Colombia es terrible porque es un claro ejemplo de acumulación por desposesión”, agregó Harvey, pues los gobiernos de este país andino han entregado el territorio a las transnacionales minero-energéticas para su explotación, las cuales a su vez son protegidas por el ejército y cuentan con todas las garantías y gabelas del Estado colombiano.
Harvey desarrolla el presupuesto de acumulación por desposesión para analizar fenómenos como los que se dan en Colombia de mercantilización y privatización de la tierra, expulsión violenta de campesinos y la transformación de los derechos comunes en derechos privados.
“Lo que posibilita la acumulación por desposesión es la liberación de un conjunto de activos, incluida la fuerza de trabajo a un coste muy bajo y en algunos casos nulo”, explica el científico social inglés.
Agotamiento del capitalismo
Harvey fue categórico en su análisis al sostener que el sistema capitalista se agotó porque no está funcionando para el bienestar de la gente, por ello, dijo, es urgente pensar en una transición de largo plazo a partir del cambio de patrones culturales, relaciones con la naturaleza y redefiniendo las formas tecnológicas y organizativas de producción, intercambio y consumo.
Su visión crítica de la crisis capitalista da luces respecto del límite al que ha llegado el mundo por culpa de un sistema codicioso, criminal y depredador que no tiene límites.
Este teórico marxista nacido en Kent, Inglaterra, en 1935, doctorado en la Universidad de Cambridge en geografía histórica y con un post doctorado en la Universidad de Uppsala, Suecia, actualmente profesor de la Universidad de Nueva York y catedrático visitante de London School of Economics, es conocido además por sus formulaciones en torno al Derecho a la Ciudad y a la Acumulación por desposesión.
Especulación a expensas del Estado
¿Cómo detener la acumulación de la riqueza mundial?, es la pregunta que hay que hacer, sostiene Harvey, puesto que es irónico que en medio de la crisis civilizatoria que ha causado el capitalismo, haya hoy más millonarios en el mundo que hace tres años, y a los bancos, los grandes especuladores, ahora les vaya muy bien a expensas del Estado. Es decir, “se avala a los bancos y se le pega a la gente”.
Lo peor, pronostica, es que “vamos a ver al Fondo Monetario Internacional hacer más de lo mismo en el futuro: implementando feroces medidas de austeridad que están llevando a una enorme disminución de los niveles de vida de los ciudadanos”.
La irracionalidad capitalista
El sistema capitalista está basado en el crecimiento. En general, la tasa mínima de crecimiento aceptable para una economía capitalista saludable es del tres por ciento. El problema es que se está poniendo cada vez más difícil sostener esa tasa sin recurrir a la creación de variados tipos de capital ficticio, como viene ocurriendo con los mercados de acciones y con los negocios financieros en las últimas dos décadas. Para mantener esa tasa media de crecimiento, afirma Harvey, será preciso producir más capital ficticio, lo que provocará nuevas burbujas y nuevos estallidos de las mismas.
En Estados Unidos se quiere hacer pagar el costo de la crisis económica a los sectores más vulnerables de la población mediante la reducción de programas sociales y la disminución de los impuestos a los sectores más adinerados como ocurrió en los gobiernos conservadores de Reagan y W. Bush. El propósito de estas medidas de claro tinte neoliberal es lograr el rescate de las instituciones financieras, las causantes de la crisis, lo que también se busca hacer en Europa.
Harvey da un ejemplo más de la irracionalidad capitalista: en enero de 2008, dos millones de personas perdieron sus casas en los Estados Unidos. Esas familias, en su mayoría pertenecen a las comunidades afroamericanas y de origen hispano, perdieron, en total, aproximadamente 40 mil millones de dólares. En aquel mismo mes, Wall Street distribuyó un bono de 32 mil millones de dólares entre aquellos “inversores” que provocaron la crisis. Una forma peculiar de redistribución de la riqueza, que muestra que, con esta crisis, muchos ricos se están haciendo más ricos.
El mundo capitalista vive bajo la dictadura de los bancos centrales y las instituciones financieras de carácter privado tienen simplemente la finalidad de utilizar el dinero de la gente para especular. Simultáneamente, el capitalismo no puede funcionar sin su infraestructura típica: carreteras, puertos, edificios y fábricas. La gran pregunta es cómo se construyen estas infraestructuras y en qué medida contribuyen a la productividad en el futuro. En Estados Unidos se habla mucho de puentes que van a ninguna parte. Hay intereses muy grandes de los lobbistas de la construcción que quieren construir sin importar qué. Pueden corromper gobiernos para hacer obras que no van a ser de uso para nada.
Una parte de la explicación de la crisis en Grecia y España puede vincularse con estas malas inversiones en infraestructura, afirma Harvey. Grecia es también un caso típico con los Juegos Olímpicos, grandes obras de infraestructura que ahora no se usan. En la mitad del siglo XX la red de caminos y autopistas, en Estados Unidos, fue muy importante para el mejoramiento de la productividad. Algo similar se observa actualmente en China, con caminos, ferrocarriles y nuevas ciudades, que en los próximos años van a tener un alto impacto en la productividad.
Frenar la acumulación del capital
El imperativo de las fuerzas sociales y los sectores de izquierda, advierte este científico social, debe ser frenar la acumulación del poder capitalista, porque esta crisis es de la abundancia que se está ahogando en su propia dinámica.
Hay que superar “la ética neoliberal” que proclama el sálvese quien pueda. Para el neoliberalismo, explica, la educación, la salud y la garantía efectiva de los derechos sociales es problema de cada una de las personas, por lo cual busca externalizar los costos.
Pero al mismo tiempo, también busca desregularizar todo lo que le ponga freno a la explotación tanto de la naturaleza como de los recursos humanos y públicos. El capitalismo ha logrado en su afán desmedido de acumulación transformar la vida de la naturaleza en algo muerto. La explotación capitalista es a todas luces inmoral, basta con ver las condiciones de vida de los pobres del mundo.
China
En China, por efecto de la crisis norteamericana, la respuesta fue hacer grandes proyectos de infraestructura de inmediato. Además, el gobierno centralizado de China tiene enorme poder sobre los bancos. Dio la orden: “den préstamos para estas obras a gobiernos municipales y a los privados que estaban haciéndolas”. El gobierno central de los Estados Unidos no puede hacer eso. Se mantiene diciéndoles a los bancos: “presten” y los bancos dicen: “no”. China está creciendo a ritmos del 10 por ciento y Estados Unidos está por el piso.
La austeridad es contraproducente
En concepto de Harvey, “La austeridad es algo totalmente erróneo. En primer lugar, por las diferencias de impacto entre clases sociales. En general, las clases más bajas son las más damnificadas. Además, las clases más bajas, cuando tienen dinero, lo gastan, mientras que las clases altas lo usan para generar más dinero y no necesariamente para hacer cosas productivas. Hay que pensar qué es lo que realmente necesitamos para tener una buena vida, y muchas de las cosas que pensamos del consumo son una locura; es dilapidar recursos, naturales y humanos. Hay que pensar cómo hacemos en el largo plazo para que la humanidad pueda vivir dignamente, tener vivienda, salud, alimento, logrando una vida estable y razonable”.
La reacción de América Latina
En concepto de Harvey, en América Latina la reacción de los gobiernos ha sido mucho más sensible a la crisis que lo que se observa en los Estados Unidos y Europa. En Europa, dice, hay un gran conflicto entre los países más grandes y los más chicos. Alemania, que por razones históricas tiene una obsesión con el tema de la inflación, impone el tema de la austeridad. El triunfo de un gobierno conservador en Inglaterra también fortalece la idea de austeridad. Por eso, no sorprende que Europa esté estancada, mientras China está creciendo fuerte.
En Suramérica destaca a Colombia como caso patético de las consecuencias nefastas del modelo neoliberal. “La historia de Colombia es terrible porque es un claro ejemplo de acumulación por desposesión”, señala Harvey, pues los gobiernos de este país andino han entregado el territorio a las transnacionales minero-energéticas para su explotación, las cuales a su vez son protegidas por el ejército y cuentan con todas las garantías y gabelas del Estado colombiano.
Posibilidad a corto plazo para el capitalismo
Si el capitalismo quisiera salvarse debiera volcar hacia políticas keynesianas en vez de adoptar medidas de austeridad, advierte Harvey. Lo que ocurre, sostiene, “es que las clases que ostentan el poder económico están más interesadas y preocupadas por salvarse a sí mismas”.
Hay una posibilidad de corto plazo para el capitalismo, agrega, y es adoptar el libreto keynesiano para lo cual es necesario ponderar a los trabajadores de forma que logren recuperar sus ingresos. “Esto está comenzando a ocurrir en China. Los movimientos sociales están creciendo en las fábricas y los salarios han aumentado en un 20 o 30%. Esta para mí es una solución a corto plazo, pero no creo que sea sustentable en el futuro, porque la solución keynesiana no puede ser permanente, siempre ha sido contracíclica. Pero en este momento no tenemos esa posibilidad por lo que la solución a largo plazo debe ser encontrar un camino alternativo para organizar la producción y el consumo en torno a un juego de mecanismos distintos a los del capitalismo de libre mercado”.
Es urgente pensar en una transición
Harvey se pregunta, ¿por qué debemos ser anticapitalistas?, y a renglón seguido responde con una frase que pronunció el sacerdote de la Teología de la Liberación y poeta nicaragüense Ernesto Cardenal cuando le indagaron por qué es marxista. “Porque leí los evangelios”, fue su categórica respuesta.
El capitalismo con crecimiento es insostenible, por eso es urgente pensar en una transición a largo plazo. Si bien tras la caída del Muro de Berlín, hablar de anticapitalismo se tornó prohibido, los muros del capitalismo siguieron incólumes pero excluyendo, provocando crisis, pobreza, hambre, destrucción ambiental, guerras, explotación, señala Harvey.
“Por eso necesitamos alternativas al capitalismo”, insiste. Históricamente esas alternativas son el socialismo o el comunismo. El primero terminó transformándose en una forma menos salvaje de administración del capitalismo; el segundo fracasó. Sin embargo, esos fracasos no son una razón para desistir porque las crisis del capitalismo se están volviendo cada vez más frecuentes y más graves.
“La visión a largo plazo es pensar en una transición a partir del capitalismo”, sostiene, por lo que “la izquierda en el mundo debe cambiar sus patrones mentales, así como las universidades necesitan también de un cambio radical” que posibiliten una nueva y más humana solución.
Como primera medida, Harvey señala que no se pueden realizar transformaciones revolucionarias sin modificar, como mínimo, las concepciones mentales y culturales.
Esa transición, explica, debe comenzar poniendo impuestos a los ricos y a las corporaciones, y tornar a los bancos que hoy son simplemente especuladores en comunitarios.
Se requiere, además, de otros factores como redefinir las formas tecnológicas y organizativas de producción, intercambio y consumo; modificar las relaciones con la naturaleza; las relaciones sociales entre las personas; las concepciones mentales del mundo, reagrupando saberes y niveles de interpretaciones culturales y de creencias; darle un nuevo enfoque a los procesos de trabajo y de producción de bienes específicos, geografías, servicios o afectos; fortalecer las agencias institucionales, legales y gubernamentales; y darle un nuevo encuadramiento a la vida cotidiana que sostiene la reproducción social.
El movimiento anticapitalista tiene que luchar en todas esas dimensiones y no solamente en una de ellas como muchos grupos hacen actualmente, colige Harvey, para evitar que el mundo se siga autodestruyendo y de esta manera, la humanidad tenga otra oportunidad sobre el planeta tierra.