Por: Luis Carlos Guerrero Ortega
El lunes 8 de septiembre se anunció en Colombia la campaña por la paz de los principales medios de comunicación y de aproximadamente dos centenares de empresas. Campaña que durará 30 días. Los organizadores de la campaña anuncian la presencia de los pesos pesados de la economía, que es de carácter ciudadana y no tiene ningún interés partidista. Y durante ese mes se divulgaran frases como "soy capaz de creer", "soy capaz de cambiar para crecer" o "soy capaz de brindar con mi rival".
Sin en el afán de desconocer lo importante que pueda ser la campaña y que pueda despertar la presencia de muchos colombianos, es bueno hacer una reflexión sobre la campaña. Lo primero que llama la atención es que la campaña coincide con la semana de la paz, iniciativa que promueve desde hace muchos años la Conferencia Episcopal de Colombia y centenares de organizaciones sociales entre ellas la Asamblea por la Paz y otras convergencias de organizaciones con el mismo fin.
Son dos escenarios distintos, pues la Semana por la Paz expresa una continuada y renovada lucha por la solución política dialogada al conflicto social y armado que padece el país, iniciativa llena de autenticidad y compromiso que no tiene ningún ingrediente económico publicitario. La campaña soy capaz, quiérase o no, va a aprovechar la aspiración de paz que ha conquistado un lugar privilegiado en los colombianos para aumentar sus ventas con los productos marcados con la Paz y todas su frases. La paz convertida en un negocio, fiel a la manera como han concebido la guerra.
Pero vale la ocasión para apuntar otras cosas. Lo primero es que la paz para nosotros, y estamos seguros así es para muchos, no es una acción de treinta días. Sembrar la paz es una acción larga en el tiempo, porque un país como el nuestro, que ha padecido los horrores de un conflicto social y político, que ha obligado a muchos miles de colombianos alzarnos en rebeldía y optar por las armas para hacer sentir el descontento social y poder pronunciar otras políticas distintas al tratamiento represivo y terrorista del Estado, es un asunto de mayor complejidad y profundo compromiso.
La paz es mucha entrega y sinceridad cuando son los poderosos gremios económicos los que han hecho de la guerra una manera de acumular riquezas, de apropiarse de lo que es y debe ser colectivo, imponer la injusticia social que carcome al país, de afianzar la hipoteca de la soberanía nacional, excluir de la política a las organizaciones políticas y sociales de oposición negando su derecho a existir por la vía del genocidio y el terror. Precisamente muchos, para no decir que todos, de los anunciadores de la campaña "soy capaz" han sido los promotores o han participado de toda estas políticas de guerra.
Lo segundo es que la paz va más allá de ponerme el zapato de los ofendidos por un rato para decir que estamos interiorizando sus sufrimientos y estamos abiertos a la paz. Esto de sentir el dolor del humilde, del ofendido, del excluido y empobrecido tiene que llevar a una rectificación en la conducta y en la voluntad política para transformar esas situaciones que expresan indignidad en situaciones de dignidad, de bienestar y democracia auténtica.
También, debe partir de reconocer por los gremios económicos que ellos han sido los propulsores de la violación al derecho de organización de los trabajadores y cuando estos los ha ejercido han sufrido chantajes, despidos, amenazas y asesinatos para destruir su colectividad. Requiere de una actitud franca ante el país para decir los empresarios que ellos de la mano de las políticas del Estado se han apropiado de los recursos y bienes de Colombia, han sometido a la economía a la total mercantilización en lugar de colocar la economía al servicio de las personas.
Maldita mercantilización que de hecho ha llevado a dejar una población mayoritaria por fuera de la satisfacción de sus necesidades básicas, pues una población que no tenga capacidad monetaria para consumir los productos y bienes mercantilizados vivirá en la pobreza y la miseria. Sino allí están los calzados de los habitantes de la calle fiel testimonio de esa cruda realidad.
Lo tercero es que si es sincera la apuesta por la paz por los medios y los gremios que le apuntan a la campaña con la idea de que los colombianos deben expresar como es la paz, tienen que tomar la iniciativa expresando por que han sometido a desplazamiento y destierro a más de 6 millones de colombianos, han usurpado sus bienes y propiedades y los han obligado a abandonar su territorio. Y ponerse el calzado del otro sería devolver todas esas tierras mal habidas que ha costado ya muchas muertes de líderes y lideresas que han organizado la lucha por la restitución de tierras y desmantelar el ejército anti restitución que fue el mismo que los expulsó solo que, ahora, cambian de nombre.
Finalmente corresponde a los dueños de los medios, que común mente resultan ser los mismos empresarios, que de cara a la paz rectifiquen en la manera en que informan a la población, población a la cual muchas veces criminalizan como a los vendedores de la calle, a los jóvenes y otros sujetos de la sociedad preparando el campo de acción de agentes de la violencia. Los medios deberían permitir que sean divulgados distintas opiniones y superar la banalización del conflicto. Los medios deben de dejar de ocultar la parte de la verdad que no refleja el pensamiento del poderoso, de los capitalistas y sus intereses, dejar de invisibilizar a los débiles y vulnerados, darle espacio a las ideas y palabras de las víctimas del modelo económico, social y político establecido en el país.
Al país le sería bueno y reconfortante conocer cuál a ha sido la responsabilidad que han tenido los promotores de la campaña "soy capaz" en el curso y aliento de la guerra, también a que tipo de transformaciones estructurales están dispuestos a cambiar para que crezca la felicidad, para que florezca la vida en toda la sociedad, de que voluntad los alienta para caminar con nuevos calzados porque los que hasta ahora han utilizado han servido es para potenciar la desigualdad social, la injusticia, la falta de democracia y de oportunidades para todos. En Colombia caben muchos mundos más allá de los negocios, de convertir todo en mercancía y ganancias, mercantilizar la vida y la naturaleza para acumulación y reproducción del capital, naturaleza que también han convertido en víctimas.
No hay dudas que los colombianos queremos la reconciliación y superar la guerra, adoptar otra manera de tratar los conflictos que fluyen en cualquier sociedad. Debe ser una reconciliación fundamentada en la verdad de manera abierta y pública, de cara a una ciudadanía que necesita conocer la verdad del conflicto social y la guerra armada y saber de la responsabilidad de cada uno de los actores y sujetos.
Se cumplieron 400 años de la construcción de la muralla de Cartagena. Esta obra significó sudor, sangre y esclavización de miles de africanos. En esas murallas están las cámaras de torturas y muerte a los luchadores rebeldes. Allí están esas cámaras como testimonio de esa barbarie que al día de hoy ejerce el Estado colombiano. Si algo habrá que celebrar mañana es el derribamiento de las murallas de la miseria, las murallas del racismo de Estado que todavía se expresa en Cartagena y toda Colombia. Tenemos que oponernos al crecimiento de las murallas que siguen desplazando a las comunidades negras y populares de sus territorios ancestrales como el Barrio Getsemaní, otrora símbolo de la lucha libertaria; de las intenciones de apropiarse de las islas e islotes de baja mar, territorios colectivos de las comunidades, por parte de las mafias de la urbanización. La paz es romper esas murallas.