Por: Esteban A. Ramos Muslera *
El pasado 10 de octubre de 2017 pasará a la historia: fue el día en que el pueblo de Catalunya, melancólica más que solemnemente, se hizo Repùblica –como Castilla, España-, y proclamó, en diferido, el fin del régimen político español instaurado en la tutelada transición.
Tiempos de cambio se avecinan en el Reino y para el Reino, porque cuando la democracia se expresa tan nítidamente en la firme voluntad de un pueblo, en la inquebrantable y permanente acción-reflexión-acción sociopolítica noviolenta, y en la transversalmente organizada participación ciudadana e institucional, no hay forma humana de mantener, sin alteraciones significativas, el Statu Quo vigente.
La satyiagraha catalana, convertida en referéndum de autodeterminación el pasado 1 de octubre, mandató la constitución de un nuevo Estado independiente en el corazón de Europa tras haber alcanzado la magnífica cifra de 2.044.038 votos afirmativos frente a los 177.547 votos negativos. ¡Y ello, a pesar de la miserable violencia ejercida por las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado español sobre la ciudadanía en pie de urna!
El fulgurante éxito de este referéndum, como del proceso en su conjunto, se tejió gracias a la infatigable acción de cientos de miles de hilanderos e hilanderas de toda Catalunya. La ciudadanía catalana articulada en las plataformas independentistas que estructuran la sociedad civil (la Asamblea Nacional Catalana y la Òmnium Cultural), en alianza con las instituciones y los partidos políticos defensores de la independencia, lograron abrir más de 2.000 colegios electorales -pese a la prohibición de hacerlo emitida por el Tribunal Constitucional del Estado español-, custodiaron miles de urnas ingresadas al país desde la vecina Francia de manera clandestina, y protegieron el conteo de los votos, uno tras otro, ante la inminencia de la incautación, recurriendo al enorme poder de la creatividad y la valentía: algunas urnas fueron escondidas en las copas de los árboles más altos de la localidad mientras la policía nacional rastreaba la zona para decomisar el material ilegalizado, otras fueron remitidas en bolsas de basura sin que la guardia civil se percatara, las puertas de algunos colegios fueron retiradas y enviadas a reparación para evitar que pudieran ser clausuradas por la policía, los tractores de los campesinos cortaron vías de acceso para dificultar operativos, y el cuerpo de bomberos catalán protegió, allá donde pudo, a los ciudadanos, que sin recurrir a violencia alguna –ni tan siquiera en legítima defensa-, obstaculizaron el ingreso de los antidisturbios a la inmensa mayoría de puntos electorales. Son millones las acciones protagonizadas por la ciudadanía de base en este proceso de construcción colectiva de la historia. De su historia.
Ignoran los partidos dinásticos esto. Ellos, y decenas de plumillas en el conjunto del Estado español de muy diverso espectro ideológico, por cierto. No han sido cuatro líderes políticos o sociales los impulsores ni los protagonistas del proceso, aunque hayan tenido un rol relevante. Ha sido el pueblo catalán quien convirtió la otrora lejana y minoritaria opción independentista en una realidad, gracias a la acción política prolongada en el tiempo; gracias al coraje, el tesón, la pasión y el compromiso alcanzado consigo mismo en cada rincón de la geografía catalana: es el desborde de la acción política colectiva desde el espacio de la cotidianidad hasta la institucionalidad.
De igual forma, parecen ignorar los partidos dinásticos que fue la reiterada actuación represiva del Estado español –esa que forzó durante la jornada refrendataria la clausura de 400 colegios electorales impidiendo a 770.000 personas ejercer su voto, esa que ocasionó 844 heridos, y esa misma que propició la inhabilitación del President Artur Mas, así como el desmantelamiento del Estatut d’Autonomía- la que terminó de convencer al pueblo catalán de las bondades de hacerse a sí mismo, por sí mismo. La mayoría de edad del proceso independentista, se fraguó al calor de la persecución administrativa-jurídica, y se alcanzó con el uso de la fuerza bruta durante el referéndum. Una fuerza bruta que, de paso, sirvió para revelar a los ojos de la Comunidad Internacional la única, grande y vergonzosa política de Estado en torno al conflicto: o sumisión o garrote.
En ese contexto, la Declaración de Independencia y su posterior suspensión proclamada en el Parlament de Catalunya no puede comprenderse sino como lo que es: el último llamado a la negociación y a la mediación internacional. Eso sí, a una negociación entre Madrid y Barcelona que se produciría en un momentum político instalado ya en la pre-independencia más que en la post-autonomía –como lo diría Cuixart (presidente de la Òmnium Cultural). Pues, la “vuelta a la legalidad constitucional” que en forma de mantra repiten desde el partido con más imputados de la historia de la democracia española, no sería objeto de consideración en dicha hipotética mesa de negociación, pero sí la convocatoria de un nuevo referéndum pactado con el Estado español. Esa sería la única marcha atrás a la que el procès català estaría dispuesto. Paradójicamente, esa misma sería la opción que, de prorrogarse en el tiempo, permitiría al unionismo español debilitar la fortaleza y cohesión del bloque independentista. Primero, al despojarlo de uno de sus, hoy, aliados naturales –los partidos y los partidarios del Dret a Decidir, pero no de la Independencia. Segundo, al provocar fricciones internas entre los partidos políticos independentistas, fundamentalmente, entre JxSí y las CUP. Y, tercero, al introducir dudas razonables que erosionarían tanto la confianza entre la ciudadanía catalana, como desde la ciudadanía catalana hacia sus representantes.
Más paradójico resulta, aún, que sea tal mencionada posibilidad, aquella que de forma más recurrente se empeñen en boicotear los defensores de la unidad de España. Nótese lo siguiente: tan vigoroso, ilusionado y cohesionado se ha mostrado el Conjunto de Acción impulsor del procès, como cerril la actuación de los partidos dinásticos, obstinada en la actuación política vía recurso al Tribunal Constitucional, cuando no, vía la activación del artículo 155 de la Constitución mediante el que se pretende subyugar la autonomía catalana. No cabe duda: la reincidencia en las acciones que más reafirman la unidad de España –el recurrir a la legalidad vigente puede ser una de éstas-, más se rompe la unidad de España. Es un caso paradigmático de oscilación lógica compleja: cuanto más se cumple el enunciado principal, más se desborda dicho enunciado.
Y frente a ello: la mano tendida al diálogo tras la temporal suspensión de los efectos de la Declaració dels Representants de Catalunya. Estrategia esta que permite al procès, internamente, sumar a su Conjunto de Acción a Podemos (Podem/Comuns), e, internacionalmente, seducir a la Comunidad Internacional, actor clave en todo proceso de independencia.
A dicha Comunidad Internacional se dirigen todas las miradas hoy, tras haber constatado, una vez más, la reiteración en la política del garrote. Es de esperar que ésta actúe induciendo una negociación conducente a la celebración de un nuevo referéndum de autodeterminación pactado, o a la ordenada y pacífica desvinculación política entre dos hermanos obligados a entenderse económica y políticamente en la Europa del Siglo XXI.
El riesgo potencial del paréntesis propuesto por el govern de la Generalitat en aras de forzar un diálogo es evidente para los intereses del sector independentista, motivo por el cual, cabría concluir que la estrategia planteada se encontraría más cerca de contribuir a la republicanización de España, que al debilitamiento de la cohesión entre los impulsores del procès. Sobre todo, si la verdadera izquierda española logra superar su españolismo sociológico y recupera el espíritu de la acción colectiva del 15M frente a los herederos del franquismo.
* Esteban A. Ramos Muslera, Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Valladolid. Coordinador del Área de Paz del Instituto Universitario en Democracia, Paz y Seguridad de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras.