Por: Daniela Barrera Machado. Kavilando
La opresión también recae sobre nuestro cuerpo, impactando en la forma en que nos relacionamos con él y con los/as otros/as a través de él, lo que configura una triple marca en la vivencia de la sexualidad, a saber:
-La marca de la censura y la prohibición;
-La marca de la culpa y el miedo, que sanciona la expresión del deseo y del placer y,
-La marca de la violencia, que se expresa a través de los estereotipos, los roles rígidos, así como las prácticas de exclusión y de eliminación.
Tal vez el recuerdo de algunas experiencias interpersonales y eróticas nos permita reconocer la forma en que dichas marcas han operado sobre nosotras/os. Resulta sorprendente la frecuencia con la que en nuestra sociedad la referencia a la sexualidad, y concretamente al sexo deviene asociada a la exposición al peligro, al riesgo o al pecado, soslayando la vivencia de placer, del bienestar y de la afectividad.
Este escenario da lugar a la emergencia del miedo y de la culpa como emociones preponderantes en la sexualidad, obturando la vivencia del placer y el desarrollo de la autonomía. En esta línea, es posible reconocer un repertorio de aforismos que circulan en la cotidianidad, que producen y refuerzan tales emociones y que operan de manera diferencial entre hombres y mujeres: “Sí se lo das te va a dejar”, “los hombres solo quieren sexo”, “las peores manchas caen en los mejores pañuelos”.
Estas afirmaciones, que son más bien sobregeneralizaciones, tienen unos efectos prácticos en la forma en que las personas experimentan su sexualidad, ya que el miedo y la culpa conducen a una alineaciones con los estereotipos y roles de género que subyacen a estas ideas y que están insertos en relaciones de dominación; lo que resulta ser un ejercicio violento, en tanto se excluye la diferencia, se refuerza el sometimiento y, en sintonía con ello, se generan prácticas de control que incluyen manifestaciones verbales y comportamentales de devaluación para quienes se “salen de la línea”.
De esta manera, bajo el rasero del aparato ideológico que sostiene esta triple marca, la vivencia de la sexualidad deviene caracterizada por el sufrimiento.
Por consiguiente, rescatar el placer implica transformar la forma en que concebimos la sexualidad.
Nuestro reto estriba entonces en:
-Cambiar la censura y la prohibición, por el diálogo y la reflexión conjunta.
-El miedo y la culpa, por el confianza y
-La intimidad y la violencia por el respeto y el cuidado.
Esto requiere invocar a la dignidad y al amor en su versión más ampliada, que designa el respeto profundo por los/as otros/as, reconociendo los lazos que nos unen, nuestra humanidad compartida y nuestro derecho a ser y sentir.