Por: Maribel Cristina Cardona López y Brayan Montoya Londoño. REDIPAZ
Un breve recuento de las diferentes transformaciones —y regresiones— del discurso de desarrollo, partiendo de su postulación en la Segunda Guerra Mundial, pasando por la forma como ha influido en los países del “tercer mundo” y una aproximación a las propuestas alternativas , perspectivas desde las cuales se cuestiona el paradigma mismo del desarrollo.
En el presente texto haremos un breve recuento de las diferentes transformaciones —y regresiones— del discurso de desarrollo, partiendo de su postulación en la Segunda Guerra Mundial, pasando por la forma como ha influido en los países del “tercer mundo” y abordando también los diferentes matices con los cuales se presenta hoy la propuesta desarrollista. Además del recorrido histórico sobre este difundido concepto, en el presente artículo se realiza una aproximación a las propuestas alternativas al desarrollo que han tenido lugar en diferentes escenarios académicos y de movimientos sociales, perspectivas desde las cuales se cuestiona el paradigma mismo del desarrollo para apostar a modelos sociales más inclusivos.
La palabra desarrollo es regularmente asumida de manera naturalizada. Se da por sentado que cuando se habla de una sociedad "desarrollada" se hace referencia a una idea homogenizada, esto es, a un modelo de sociedad que daría cuenta de un alto grado de evolución, de bienestar humano, de industrialización, desarrollo científico y, en cualquier caso, de modernización.
Sin embargo, debemos partir por entender que este concepto se caracteriza por su polisemia y que ha tenido una importante variedad de acepciones y representaciones en las últimas décadas; las discusiones en torno a la idea de desarrollo varían desde el gran entusiasmo economicista que lo postula como la fórmula para el crecimiento y progreso social, hasta las más férreas críticas que juzgan dicho concepto como una ideología que sustenta y viabiliza grandes problemáticas e injusticias sociales e incluso que ha dejado como consecuencia las más agudas problemáticas ambientales.
En ese sentido, no se puede tomar al desarrollo como un concepto neutral, pues su concepción depende no solo de elaboraciones teóricas, sino que se relaciona también con las intencionalidades de la economía y la política mundial. En el presente texto haremos un breve recuento de las diferentes transformaciones —y regresiones— del discurso de desarrollo, partiendo de su postulación en la post Segunda Guerra Mundial, pasando por la forma como ha influido en los países del "tercer mundo" y abordando también los diferentes matices con los cuales se presenta hoy la propuesta desarrollista.
Además del recorrido histórico sobre este difundido concepto, en el presente artículo se realiza una aproximación a las propuestas alternativas al desarrollo que han tenido lugar en diferentes escenarios académicos y de movimientos sociales, perspectivas desde las cuales se cuestiona el paradigma mismo del desarrollo para apostar a modelos sociales más inclusivos.
El origen del concepto
El término desarrollo, en primera instancia, hace referencia a un sentido biologicista; tal como plantea Tortosa (2011, pp. 39-40), este término toma prestada de la ciencia natural la idea de que los seres vivos evolucionan gradualmente a estados más avanzados. Entablar esta discusión en el área de la biología no es nuestro propósito, sin embargo, debemos tener en cuenta que cuando se emplean términos de las ciencias naturales para aludir a fenómenos sociales es necesario ir a la raíz misma del concepto e intentar desvelar su significado; cuando el concepto de desarrollo se traslada para pensar y definir procesos sociales inevitablemente adopta una característica determinista, pues sugiere así mismo que los “organismos sociales” son susceptibles de evolucionar de un estado inferior a uno superior, ubicando a un modelo social específico como el acertado o la meta evolutiva deseada.
En este punto es inevitable cuestionarse ¿cuáles serían las características de una tal sociedad “evolucionada” ?, ¿quién y cómo lo definen?, ¿cuáles serían los pasos necesarios para llegar a ese nivel?, ¿podemos hablar de escalas evolutivas? Y antes de aventurar cualquier respuesta se puede inferir que en relación a lo social el desarrollo es, por principio, un concepto excluyente, dado que se crea una distinción y jerarquización entre lo que pueda llegar a ser clasificado como sociedad “desarrollada” y las sociedades “no desarrolladas”.
Luego de su implementación en Europa, se apuntó a la expansión de este modelo en el resto del mundo, tal como quedó de manifiesto en los discursos del presidente Truman y la doctrina propuesta para implementar en los países “subdesarrollados” o del “Tercer Mundo”. En su discurso inaugural en 1949, este gobernante estadounidense advertía:Debemos embarcarnos en un nuevo programa que haga disponibles nuestros avances científicos y nuestro progreso industrial para la mejora y crecimiento de las áreas subdesarrolladas. Más de la mitad de la población del mundo vive en condiciones que se acercan a la miseria. Su alimentación es inadecuada. Son víctimas de la enfermedad.
Su vida económica es primitiva y estancada. Su pobreza es un lastre y una amenaza tanto para ellos como para las áreas más prósperas. Producir más es la clave para la paz y la prosperidad. Y la clave para producir más es una aplicación mayor y más vigorosa del conocimiento técnico y científico moderno. (Truman, Citado por Tortosa, 2011, p. 329)Desde la doctrina Truman la pobreza es vista como una amenaza, un obstáculo no sólo para las poblaciones pobres sino para el funcionamiento mismo del sistema; la solución estaría en la industrialización, la producción a gran escala y la integración al mercado internacional.
Ésta sería la fórmula que en teoría posibilitaría la superación del estado de subdesarrollo; la promesa del discurso de desarrollo económico plantea que mediante el aumento de producción de bienes y servicios las sociedades podrían tener un crecimiento económico suficiente, que a su vez permitiría garantizar el bienestar de la población en general, se concibe que el desarrollo económico conduce al desarrollo social (Dubois, 2002).
En el citado discurso, Truman evidencia también cómo esa naciente idea de desarrollo está mediada por una visión netamente evolucionista, con la categorización de sociedades cuyas formas de vida son consideradas como “primitivas”, “estancadas” o en la escala más baja de la evolución humana. Algunos planteamientos teóricos de la época reforzaban tal postura, como es el caso del economista norteamericano Rostow (1956), que en su sugestivo texto Las etapas del crecimiento económico. Un manifiesto no comunista, insta a un rechazo y oposición radical a cualquier manifestación del socialismo que desde la perspectiva norteamericana “amenazaba” la región, y además se descalifica y se denigra de cualquier expresión de culturas tradicionales o autóctonas.
Rostow concibe cinco etapas por las que en teoría deben transitar todas las sociedades; la etapa tradicional, seguida por la de condiciones previas, luego la de despegue, de madurez y finalmente la etapa de consumo de masas. Para el autor, ese tránsito evolutivo lineal habría sido alcanzado en la actualidad sólo por algunos países, mientras que otros tantos coexisten en el mundo contemporáneo con una suerte de estancamiento en el tiempo, atrasados e incluso en un estado de “salvajismo” (Slater, 2011).
Las formas de vida de los pueblos latinoamericanos conformados por grupos de indígenas, campesinos y afros se encontrarían, en ese sentido, en la fase más primitiva de este modelo social, sin embargo, se considera que esa situación sería superable en la medida en que fueran realizadas modificaciones económicas y sociales que permitieran el tránsito por cada una de las etapas.
Desde esa lógica, las naciones latinoamericanas comenzaron a ser objeto de políticas de intervención económicas planeadas por la potencia norteamericana con el apoyo de entidades financieras como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. La “Alianza para el Progreso” fue uno de los primeros proyectos en la región que se proponía como la salida de las condiciones de pobreza y desigualdad que caracterizaban al subcontinente; hubo una gran inversión de capital destinado a la aceleración de la industrialización, la diversificación de las economías nacionales, el aumento de la productividad agrícola, la promoción de la exportación, realización de reformas agrarias, la integración económica regional y otras medidas económicas (Rojas, 2010, pp. 96-97).
Adicionalmente, la implementación de valores culturales modernos en términos de educación, ciudadanía, urbanidad, etc. En ese sentido, la aparición de estos programas de desarrollo debe entenderse como un proyecto de “modernización” en el que fue embarcado el continente, con implicaciones tanto en lo económico como en lo cultural. (Escobar, 2007, p. 79)Si bien el modelo fue asumido por los gobiernos latinoamericanos como una buena oportunidad, su implementación no representó en las siguientes décadas un avance en términos de superación de la pobreza y de la desigualdad tal como se esperaba, por el contrario, las problemáticas socio-económicas se agudizaron.
En Colombia, por ejemplo, el despegue económico no fue posible, mientras el país recibía créditos para diversificar e industrializar su economía, el nivel de productividad no alcanzaba para responder a los plazos y pagos de la misma deuda, para el año 1969 la deuda ascendía al doble de lo que se producía en exportaciones; la reforma agraria que se pretendía hacer no tuvo un impacto significativo; los planes de desarrollo no incidieron en medidas de distribución del ingreso y generación de empleo; ni siquiera en términos de educación se obtuvieron los impactos esperados, pues los porcentajes de analfabetismo en el país se mantuvieron durante la época de la Alianza para el Progreso (Rojas, 2010, p. 110).
A nivel latinoamericano las cifras son desalentadoras. De acuerdo con Mujica y Rincón (2006), después de décadas de apuestas al desarrollo económico, la pobreza en el subcontinente actualmente asciende al 44% de la población, y casi la mitad de este porcentaje se encontraría incluso en condición de pobreza extrema. Además, la región cuenta con el penoso registro de estar entre las más inequitativas del mundo, pues los beneficios tienden a concentrarse cada vez más en clases minoritarias, un 10% de la población se queda con el 70% de la riqueza producida (Mujica y Rincón, 2006, p. 206).
En suma, aun cuando los proyectos de desarrollo permitieron industrializar las economías en estos países, logrando una mayor producción de bienes y servicios, ese crecimiento productivo no ha repercutido directamente en mejorar las condiciones de vida para el conjunto de la población.
Frente a esta compleja realidad, y dado que los países latinoamericanos siguieron con una objeción minoritaria la apuesta por el desarrollo económico, valdría la pena preguntar ¿Qué pudo haber fallado?El fracaso de la implementación del modelo de desarrollo económico en Latinoamérica ha sido explicado desde diferentes enfoques.
Algunos autores lo han atribuido a factores que tienen que ver con históricas relaciones de desigualdad de poder al interior de estos países, sumada a la ineficiencia de la administración de los estados latinoamericanos, cuya política social de tipo compensatoria, transitoria y focalizada, no ha apuntado a resolver problemas estructurales que generan desigualdad y pobreza al interior de las naciones (Mujica y Rincón, 2006, p. 209).
Desde otras perspectivas, se considera que el subdesarrollo en el tercer mundo se ha dado a causa de las desigualdades sostenidas en la relación “norte-sur”, donde la dependencia mantendría en un rezago productivo y tecnológico a estos países periféricos con respecto a los grandes centros o potencias mundiales (Ibid., p. 207), esto sumado a un proceso de endeudamiento que empeñó el futuro de estas naciones, pues si bien el capital prestado permitía dar soluciones inmediatistas, a largo plazo se convertiría en una deuda insostenible que prolongaría dicha relación de dependencia, ahora también con respecto al capital financiero.
Pero más allá de las explicaciones que atribuyen tal fracaso a factores internos o externos a las naciones latinoamericanas, habría que considerar el hecho de que la promesa del desarrollo es inviable porque las características del modelo no lo permiten, dado que el desarrollo económico no se direcciona precisamente a la generación de condiciones de igualdad y justicia social. Uno de los principios básicos del desarrollo económico es la idea de crecimiento exponencial, que considera el aumento de la producción, del capital y del consumo como prácticas ilimitadas, a través de las cuales se podría lograr un bienestar social general (Dubois, 2002), y es en este punto donde reside justamente la entelequia del desarrollo económico, la enunciación de una promesa que es irrealizable por principio. En primer lugar, porque el crecimiento productivo ilimitado no es posible debido a que los recursos naturales, la materia prima de los que depende la economía, son limitados. De este punto se desprende la discusión sobre el tema medio ambiental que abordaremos más adelante en el presente artículo.
La crisis medio ambiental de la actualidad nos alerta sobre esta limitación de recursos y también sobre lo contraproducente de la acción productivista y desenfrenada en el largo plazo. Sobre esto Elizalde (2013) hace un llamado de atención en su crítica al desarrollo económico.
De acuerdo con el autor, este modelo propicia la concentración de la riqueza y no la distribución, dando lugar a un crecimiento no en bienestar sino a un crecimiento despiadado, desarraigado, sin voz, sin sentido, en últimas un actuar irresponsable. En segundo lugar, tenemos la competitividad, ese valor inherente al capitalismo que no tiene en su horizonte la equidad y menos aún la solidaridad, por el contrario, fomenta el individualismo y el triunfo del más fuerte.
Sumado a lo anterior, es necesario entender también que los proyectos de desarrollo se implementaron de forma descontextualizada, no adecuada a las características de los pueblos latinoamericanos; no fueron considerados los aspectos históricos y estructurales que han dado lugar a las desigualdades y mucho menos se tomó en consideración la autodeterminación y voluntad de los pueblos. En ese sentido, autores como Escobar sustentan que el desarrollo surge como propuesta de la modernidad europea e intenta imponer principios occidentales a otras culturas y sus territorios, en donde la relación del hombre con la sociedad y con la naturaleza es entendida desde una forma diferenciada e incluso violenta; “el individuo racional, no atado ni a lugar ni a comunidad; la separación de naturaleza y cultura; la economía separada de lo social y lo natural; la primacía del conocimiento experto por encima de todo otro saber” (Escobar 2010, p.22). Tales principios se habrían impuesto desde los procesos de colonización (en América Latina, África, “Oriente”) como formas de dominio material y simbólico, que relegaron expresiones culturales y modelos de vida propios de poblaciones autóctonas.
En definitiva, los postulados y las promesas del desarrollo económico no tenían posibilidades de éxito en Latinoamérica, y los perjuicios no fueron sólo en relación a lo económico y las cifras de pobreza y desigualdad que aumentaron significativamente, sino que el desarrollo ha dejado también una evidente problemática medioambiental, así como crisis sociales y pérdidas culturales lamentables, factores que más que un bienestar social han generado lo que algunos autores definen como un mal-desarrollo (Tortosa, 2011).
Incluso más allá del contexto latinoamericano los resultados no han sido muy diferentes, pues el desarrollo económico no rindió los frutos esperados en la mayor parte del globo, de hecho, las naciones “desarrolladas” padecen también problemáticas del mal desarrollo, la desigualdad, la pobreza y crisis económicas que afectan también a las clases sociales medias y bajas (Ibid., pp. 165 -166).
Por todas estas razones, el paradigma del desarrollo económico es cuestionado de forma temprana en la década de 1970, pero va a ser principalmente en las siguientes dos décadas cuando comienza a haber replanteamientos y transformaciones en su discurso; los conceptos de desarrollo humano, desarrollo sostenible, desarrollo a escala humana, entre otros, aparecen en escena para realizar una crítica a la visión estrictamente economicista del desarrollo, aun cuando éstos no platean un cambio estructural de paradigma.
Las variantes del discurso de desarrollo
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