Por: José Alonso Andrade Salazar. Kavilando, Eje Cafetero
Dos suicidios estremecieron al Quindío este fin de semana: personas Jóvenes que en palabras comunes “comenzaban a vivir”.
Las causas latentes aún son desconocidas en su plenitud, quizá por la falta de autopsias psicológicas que otorguen claridad a los hechos, y por la enorme desinformación y resistencia a pensar más allá del evento en sí.
Cabe resaltar que la prensa que divulga la información sigue cometiendo un error frecuente: resaltar el evento en su modus operandis, escenarios, horas y posibles causas, más que asumir un enfoque preventivo que envíe el mensaje de búsqueda de ayuda, además del apoyo a las víctimas y familias que aún tienen una vida por seguir.
A ello debe agregarse la falta de intervención y de resignificación de los “escenarios suicidiógenos” es decir, de los lugares que debido a la elevada frecuencia de suicidios, se han convertido en territorios que escenifican la letalidad y efectividad de dichas acciones, motivo por el cual se signan de muerte, tal es el caso de puentes elevados, regiones rurales, sótanos, entre otros.
Dicha vulnerabilidad se ve fortalecida por una política regional pobre en cuanto programas y proyectos preventivos, que aun mitiga los hechos, y revela en la dificultad de articulación con otros sectores sociales, el “campo” de concentración del poder, de cooptación y prebendas de contratos, que favorecen tristemente cacicazgos de licitaciones y monopolios intervencionistas.
Cuando el sociólogo Emile Durkheim en 1897 en su obra Le suicide. Étude de sociologie declara que el suicidio es un fenómeno social, no reductible a la mera intención de querer quitarse la vida, no solo rompe una estricta tradición de pensamiento que lo asociaba a la filosofía moral, y al dominio explicativo-exclusivo de ciertas disciplinas, sino también lo separa del componente individual, ampliándolo a la interrelación de lógicas variadas, en las cuales los sujetos quedan imbuidos a coste de su socialización y obediencia política.
Es así que el suicidio adquiere un carácter reticular (en red), concepto análogo a lo que Michel Foucault vislumbra como “dispositivo”, mismo al que Deleuze referencia a modo de “maquina/maquinaria/disposición para producir un efecto deseado”, y que Castoriadis denomina “magma de sucesos” de uniones conjuntistas que adquieren identidad y autonomía. Nótese que en las tres explicaciones el dispositivo es algo que gatilla la acción de forma independiente a la voluntad del sujeto, quien a costa de impedir la renuncia a la estabilidad adquirida en y a través del sistema, opta por no dejar de operar en el mismo.
No quiero decir que exista un dispositivo suicida a modo de “chip autodestructivo” en los seres humanos, sino que concurre en la red emergente de sentidos sobre la vida, una red emergente de sentidos sobre la muerte, que opera a modo de acción de ruptura y -porque no- de resistencia autodestructiva ante el sistema socio-político.
Quizá por ahora de forma modesta con base en estos elementos sea posible considerar una oportunidad comprensiva: ver al suicidio no solamente como el acto perse de auto eliminarse, sino también, como un intento fatal de subversión del sujeto ante el sistema, sujeto que trata por vías autoanulativas romper-transgredir-desestructurar-caotizar la anulación-invisibilidad de la cual es víctima a razón de la lógica de control, castigo e impunidad-inequidad que rodea y estructura la interpretación de las interacciones establecidas con otros (familia, comunidad, sociedad-mundo); en este escenario el suicidio es también un acto político y en todo sentido: biofísico-antropo-socio-cultural. Retomando el tema del dispositivo, es preciso pues, discurrir en que el “dispositivo dispone-impulsa-apuntala-reticula” la relación antagónica-complementaria entre vida-muerte, en cuyo caso en la dinámica sapiens-demends (sapiente-demente) propia del sujeto humano, cualquier evento es posible, incluso la autodestrucción, pero son las acciones de quienes impulsan el gatillaje del dispositivo, lo que apuntala en una persona la energía para tomar esta decisión. Cabe anotar que el cerebro humano es hipercomplejo y ello se deriva de su propensión a la afectividad y la hybris (Morin, 1977) de modo que el humano es “un ser poseído por los espíritus y por los dioses, un ser que se alimenta de ilusiones y de quimeras, un ser subjetivo cuyas relaciones con el mundo objetivo son siempre inciertas, un ser expuesto al error, al yerro, un ser úbrico que genera desorden” (p. 96).
Constantemente los organismos hayan registro de la muerte y de la exposición a eventos suicidas intrínsecos, tal es el caso de la apoptosis celular, la cual permite el relevo de células a través de un acto autodestructivo o “suicidio celular”, si ello no ocurriera el cuerpo enfermaría y la propensión sería la muerte inmediata.
Con ello no quiero “naturalizar” el acto suicida, sino exponer que el suicidio puede ser comprendido en lo transdisciplinar, acudiendo al dialogo de saberes, y también implementando una mirada crítica sobre sistemas sociales y políticos que pueden ser muy nocivos para personas, grupos y comunidades, mismas que resisten a través de sus actos de vida, pero que pueden ingresar a otras lógicas emergentes subversivas-anulativas, inapropiadas y dolorosas.
Señalo que son inapropiadas porque dichos sujetos pueden causar mayores impactos con sus ideas, cuando se generan espacios de participación en las que exista respeto, legitimidad, reconocimiento, y admiración por la existencia del otro, condición que considero, debería ser base de todo proceso de socialización.
Grosso modo es dable afirmar que el suicida no está vacío de sentidos vitales o bloqueado en su percepción del mundo, ya que en realidad se encuentra saturado de ellos, y es en gran medida el suicidio, una vía de fuga ante un rebosamiento insoportable. Kenneth J. Gergen señala que éste cansancio, futilidad y desolación (expresión máxima de la soledad) se derivan de un Yo saturado, mismo que acalla el ruido emergente con la muerte.
El suicida protesta y muestra su dolor a los que considera culpables de su aflicción, trata de impactar y dejar un precedente en quienes lo han lastimado, y lo hace también contra el sistema socio-político y sus estructuras de poder que dan a luz a dichos sujetos e instituciones.
El suicidio responde como acción destructiva ante la hiper-racionalización de la vida cotidiana, y la hiper-especialización de la vida personal-social-comunitaria, también como crítica a las múltiples formas de exclusión política, familiar y social, y a modo de respuesta ante la imposición ideológica, ejemplo de ello son los suicidios indígenas ante la imposición cultural y religiosa, que causó la ruptura de sus mitologías y sentidos explicativos del mundo, y no más lejos: la imposición de una forma de vida estricta y excluyente de algunos padres ante los hijos, aspecto que es también, el correlato de los sistemas políticos en los cuales dichos padres crecieron.
Con lo expuesto no pretendo legitimar el acto suicida, sino encontrar –modestamente- otra posible vía explicativa a los sucesos autolíticos.
Si uno se aventura en esta idea quizá puede pensar arriesgadamente en una visión, compleja, reticular, transdisciplinar y multidimensional de un evento que revela múltiples relaciones, más que una causa interconectada o un proceso predecible y manipulable.
José Alonso Andrade Salazar
Kavilando Armenia