Las heroínas que levantaron La Honda

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Por: Elespectador.com

Un grupo de mujeres, responsables de la construcción de ese sector marginal de Medellín, ilustran también el impacto del desplazamiento.

 

Mónica Benítez Úsuga, desplazada de Mutatá y líder del barrio La Honda, en el nororiente de Medellín. /Fotos: Luis Benavides

Al clavar las cuatro estacas de palos de café sobre la tierra arcillosa, Mónica Benítez Úsuga tuvo la seguridad de que allí volvería a reconstruir ese hogar que le habían arrebatado a la brava en Mutatá. Pensó, incluso, que tal vez recuperaría su calidad de vida y que sería otra vez importante y reconocida entre sus vecinos.

Rozó con entusiasmo la maleza que había crecido libre entre el cafetal y cubrió los maderos con plásticos. Luego fue a contarle a su esposo, Marco Tulio David, que un filántropo había donado un lote y una organización social había sorteado un terreno para 70 familias desplazadas de Urabá, y que ella era una de los 25 ganadores.

Marco Tulio sintió miedo al conocer la ubicación del terreno, en el sector La Honda del barrio La Cruz, en lo más alto del nororiente de Medellín. Se rumoraba que allí, debido a la violencia que en esos años golpeaba a la ciudad —entre 1995 y 1999 fueron asesinadas más de 17 mil personas—, aparecían cadáveres constantemente. Pero Mónica lo convenció para que la ayudara a construir el rancho.

Ante el temor de los hombres de salir a declarar su situación de desplazados, Mónica y más de 20 mujeres se echaron el sector al hombro. Con la llegada de más familias se unieron más mujeres. Impulsaron la mesa de desplazados, se preocuparon por conocer la política pública de atención a las personas en su situación y expusieron sus necesidades.

La Alcaldía invirtió en obras públicas y otras entidades comenzaron a acompañar a la comunidad. La Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur), por ejemplo, las tuvo en cuenta para hacer parte de proyectos como Mujeres de la Comuna 13, Mujeres de la Organización Unión Comunitaria, Asociación de Ancianos Desplazados de Antioquia, Cabildo Indígena Chibcariwak y la Red de Mujeres Kambirí, y les construyó una escuela comunitaria para fortalecer la mesa de desplazamiento de la Comuna 3 (Manrique) y formarlas en política pública.

En ese espacio, la Agencia reunió a varias mujeres para que les contaran a los medios de comunicación su experiencia, como un reconocimiento en el Día Internacional de la Mujer.

Los pocos hombres que asistieron se despacharon en elogios. Reconocieron que si no hubiera sido por esa capacidad de adaptación de ellas, habría sido más difícil levantar un poblado donde, pese a que la mayoría de las casas no cuentan con alcantarillado, hoy hay dos colegios, tres guarderías, servicio de transporte público y vías y senderos pavimentados.

“La mujer en estos casos puede ser más resistente”, dijo Daniel Rentería. “Mi admiración para ellas”, intervino Darío Monsalve. “Yo no soy capaz de irme a barrer, trapear, lavar trastes, incluso levantarme a las 3:00 a.m. para ir a la plaza a buscar comida”.

Darío se refirió a esa costumbre de desplazados, sobre todo de mujeres, que en Medellín es conocida como “recorridos”.

Gladis Guerra, también desplazada, les explicó que la mujer, en casos extremos como el desplazamiento, tiene más capacidad de reestructuración y por el instinto de cuidado a sus hijos se le mide a cosas que los hombres difícilmente harían.

Más adelante, Mónica contó que por ese valor de ir a plazas de mercado a pedir pedazos de yucas, plátanos y huesos, pudo conseguir el sustento diario para su familia. Y recordó que un día, cuando recogía verduras del piso, por poco se toma una orina, porque pensó que lo que le había pasado un hombre con gesto solidario era de verdad tinto.

Cada vez que pasa por momentos de rechazo como ese, piensa en la vida que llevaba en la vereda Leoncito del corregimiento Belén de Bajirá (Mutatá), donde era tan reconocida y respetada que, después de pertenecer a organizaciones sociales, recibió apoyo para llegar al Concejo del municipio.

Hoy cree que ese activismo fue su pecado, porque un día de 1998 recibió una carta en la que leyó que, por apoyar a la guerrilla, se debía ir. Fue una de las 18.882 personas de Mutatá que salieron de ese municipio entre 1998 y 2009, el mayor desplazamiento en proporción de Urabá si se tiene en cuenta que en 2005 la población era de 9.671 personas, según el estudio Realidades del despojo de tierras, del Instituto Popular de Capacitación.

Mónica viajó a Medellín, donde la Personería registró, entre 1998 y 2011, el desplazamiento de más de 248 mil personas. Allí fue sacada a empujones de dos lotes que invadió junto a otras 70 familias de Urabá. Y vivió el duelo de la muerte de su esposo, quien después de visitar Mutatá y ser señalado como mensajero de los paramilitares, fue asesinado el 31 de enero de 2001.

Mónica dejó La Honda, se hacinó con 24 familiares en una pequeña casa de otro barrio de Medellín. Pero regresó al sector tres años después, y con los cinco millones que el Gobierno le dio por la muerte de su esposo mejoró su casa y compró otro rancho.

Hoy, cuando clava la mirada en esa montaña cargada de casas, donde habitan unas 700 familias (algunas de ellas viven con 40 mil pesos al mes, según estudios sobre ese asentamiento), no puede evitar recordar aquellos años en los que vivía en una finca de donde cada semana salían 300 cajas de banano para una empresa de la región y tres camiones repletos de plátano para Medellín.

El día que salió, calcula, tenía 102 gallinas, 27 reses, 12 marranos. Y su viejo, como recuerda a su esposo, 240 novillos. “En la finca botábamos el plátano. Y mire ahora —dice mientras señala un arrume de plátanos quebrados y resecos que trajo de la Minorista— nos toca ir a pedirlos como limosna”.

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