Por: Reinaldo Spitaletta. El Espectador
Nos domesticaron. A punta de fútbol, telenovelas, reinitas descoronadas, y también con las coronadas, nos pusieron un telón de fantasías, con las que estamos condenados a no saber nada de la realidad
..cualquier cosa que esta sea. Nos moldearon para la obediencia. Amaestrados.
Dóciles ante el atropello, ante el desafuero, babeamos con la visión edulcorada que nos proponen las pantallas, las modas, el arribismo de alguna primera dama de cualquier cosa, con cancioncitas desfondadas y sin forma.
Nos hacen creer que somos los dueños, cuando, en la práctica, somos los esclavos. Estamos llenos de amos, que, con sus conjuros, exorcismos y capacidad para la alucinación, dominan nuestra voluntad y mente. Nos hicieron creer, a punta de propaganda, mensajes subliminales, discursitos y hasta libros sobre el fin de la historia, que más parecen de autoayuda barata, que el neoliberalismo era la panacea universal.
Sus adláteres y gurúes, los seguidores del Consenso de Washington, los que se postraron ante los dictados de los mandamases de Wall Street, la reserva federal, las corporaciones, en fin, feriaron propiedades públicas, entregaron al paisito a la voracidad del capitalismo salvaje, lo adaptaron y maquillaron, para que el rebaño no se enterara. Nos pastorearon a punta de bazofia como la “seguridad democrática”, como la autodenominada “prosperidad para todos”, que, como se sabe, es solo para unos cuantos.
Se apoderaron de nuestros cerebros, en la suposición de que todavía tengamos uno, con las ofrendas, oraciones y besamanos al dios mercado. Y con los medios masivos de desinformación y propaganda, nos convirtieron en acólitos, en sumisas palomas que ya ni siquiera tienen el honor de depositar sus excrementos sobre las estatuas de tanto prócer de pacotilla. Bien aconductaditos, debemos prosternarnos ante los creadores de injusticias e inequidades.
Un fantasma recorre el mundo: el fantasma del “consumismo” (que el comunismo, dicen, se acabó hace años), que nos hace creer que la solución a nuestras desventuras está en visitar centros comerciales, tener el celular más “in”, vestir ropitas de marcas duras, usar tarjetas de crédito, tener una deuda más alta que la de las neocolonias gringas, como, por ejemplo, la de este país del sacro mango de Jesús, en el que de aguinaldo el gobierno de alias Juampa subió tarifas de energía y ya se viene con un aumento del IVA.
Sí, mis queridas y queridos compatriotas, nos aplacaron las repulsas, nos aplastaron las protestas, a veces con trabajo sucio, las más de las veces con goles y chillidos de narradores deportivos, y quedamos como el ternero (vieja expresión que usaron hasta los nadaístas). Ponen en subasta a Isagen, y no hay movilización, ni paros, ni pinturas en los muros públicos, que más fácil marchamos para que contraten a “equis” o “ye” futbolista en el equipo de nuestras pasiones y bobadas, que ir, por ejemplo, en una marcha contra los pésimos servicios de salud de las EPS.
Nos amansaron. Somos dependientes y acríticos. A punta de tv y radio y periodiquitos de superficialidad, nos tornaron fetichistas frente a las mercancías y a la explotación. Nos promovieron y engordaron el deseo, mas no el juicio crítico ni la capacidad para el cuestionamiento. Somos la manada controlada, el “rebaño desconcertado” y todavía más: manipulable y desechable. Nos usan y nos botan.
Por ahí circula un video en el que lloran una bella colombiana y una bella filipina, una gazapera del distópico mundillo del espectáculo, que dice que nos ponen a protestar por pendejadas como las metidas de patas de Miss Universo, pero no vamos a lo esencial, a protestar por lo que nos debe indignar. Nada. Lloriqueamos por la mascarada de las reinas, o por un “gol” anulado (aunque hay árbitros corruptos, coronas compradas, Fifas asqueantes, etc.), pero no por los abusos contra los derechos humanos o contra la abundancia de injusticias sociales.
Nos hicieron amar las cadenas. Nos doblegaron como a bueyes. El mundo está bien así como está, nos hacen creer. Qué importa si los dueños del mundo se enriquecen más y nosotros nos envilecemos, nos pauperizamos, nos resignamos. Que de ese modo nos quieren más los amos y queremos más sus latigazos. Habitamos el reino de lo líquido (¡oh!, Bauman). Por eso, nos fascinan los meados con los que los poderosos nos bañan todos los días.
Tomado de: http://www.elespectador.com/opinion/nosotros-los-domesticados