Por: María Beatriz Gentile
Un conjunto de presidentes latinoamericanos cierra una etapa.

Hugo Chávez-Nicolás Maduro, Néstor Kirchner, Ignacio Lula Da Silva, Evo Morales, Rafael Correa, Dilma Rousseff, José "Pepe" Mujica y Cristina Fernández de Kirchner se despiden después de 15 años en que sus gobiernos lograron alcanzar objetivos precisos en materia de integración regional y ampliación de derechos sociales. Andrés Mora Ramírez los llamó la "Generación del Bicentenario" porque todos ellos –a excepción de Brasil– transitaron bajo sus mandatos la conmemoración de su independencia de España y simbólicamente anudaron el pasado con un nuevo horizonte emancipador.
Resulta difícil, para quien escribe, ocultar el sinsabor de este final de época y es de suponer que muchos no compartan ese ánimo. Pero más allá de las pasiones, hay razones para hablar de ello. Los datos duros de la Cepal muestran que en estos años América Latina bajó la pobreza del 44 al 28% y aumentó su participación en el mundo de menos de 5 al 8%. Cerca de 50 millones de latinoamericanos pasaron a formar parte de la clase media. El número de pobres disminuyó en 120 millones de personas y la región creció a un promedio del 5% en comparación al 2% de la noche neoliberal.
Los datos sensibles, en cambio, nos dicen que por primera vez en la historia tres líderes de la clase trabajadora llegaron a la primera magistratura elegidos por el voto de las mayorías, dos mujeres fueron reelectas en oportunidades consecutivas para gobernar sus países y que la asunción de un presidente aymara se llevó a cabo bajo el rito ancestral de Tiahuanaco tras haber ganado con el 61% de los votos.
Clase, género y etnia articulados como nunca en la experiencia democrática latinoamericana.
La tradicional OEA fue opacada por la Unasur.
Mandatarios con escaso protocolo lograron desarmar la conflictividad local sin las directivas de Washington. La masacre de Pando, el conflicto colombiano/venezolano, la salida al mar de Bolivia, los encontró soberanos pero sin prepotencia con el vecino. El continente recuperó su épica y el pasado invadió el presente para resignificarlo. Y fue entonces la patria más que la nación. Fue Juana Azurduy más que Colón. Fue el abrazo de Guayaquil y no la guerra de la Triple Alianza.
Es innegable que estos gobiernos marcaron un punto de inflexión en la historia política de la región.
La reacción en cadena de amores y odios que provocaron tal vez sea la prueba más fehaciente de ello. Para muchos, como escribió Marta Dillon, las conquistas logradas fueron amasadas y soñadas por los colectivos sociales en los años de intemperie y desgarro político, de allí su incondicional apoyo. Para otros tantos, tal vez ajenos a esos sueños, las debilidades y desaciertos de gestión superaron ampliamente los logros.
La "Generación del Bicentenario" se despide, pero América Latina ya no es la misma.
Se ha descubierto diversa, de colores fuertes y calores intensos. Ha recuperado voces antiguas y ha sumado nuevas. Difícil creer que una nueva espada la domine y un nuevo evangelio la silencie. Son muchos los que ven en cada derecho consagrado un punto de partida y no de llegada. Y son otros tantos los que comprendieron que, como escribió la poeta Gabriela Mistral, caminando también se siembra.
(*) Humanidades-UNC














