Todos los domingos vengo a visitar a mi amigo, a mi novio, a mi esposo, a mi hermano, a mi padre, a mi hijo, a mi amante. Lo primero que encuentro es una larga fila que cuando por fin termina me permite ingresar, me encuentro con una guardiana del INPEC que me manosea. No contentos con esto, me revuelven la comida que he preparado con esfuerzo y amor; en ocasiones han llegado a botármela. Si protesto, me sancionan impidiéndome la entrada. Ya dentro, la sensación de alegría que siento por el reencuentro de mi ser querido hace que olvide, por un momento, las penurias del ingreso.