Hasta el final del siglo XX, se extendía la percepción respecto de que los derechos humanos eran un concepto terminado y que en adelante solo bastaba interpretar una ley que permitiría realizarlos. Algunos autores se apresuraron a señalar que con la entrada de los derechos humanos a los cuerpos normativos la batalla estaba asegurada. En paralelo se extendía la sensación de que con el fin de la segunda guerra y la derrota del nazismo y del fascismo y la puesta en evidencia de la barbarie engendrada en el seno del capital, todo sería paz hacia el futuro. Las situaciones inimaginables de tortura, humillación y sevicia practicadas por la maquinaria de guerra del capital que incluyó en su estrategia la destrucción de lo humano corporal pero también de su conciencia, mediante el uso de campos de exterminio y hornos crematorios, así como la confinación en hospicios a intelectuales, artistas y críticos al régimen, se daban por superadas e irrepetibles. Se presagiaba que después del terror, vendría la paz duradera y una pacífica era de los derechos que daría lugar a la conquista de la felicidad.