Los elefantes

Observatorio K.

¿Nos cree pendejos, Presidente? La noche que aprobaron la hampo-reforma, su ministro de Justicia celebró pletórico la hazaña y nos prometió que con el tiempo los ciudadanos sabríamos apreciar sus indescifrables bondades.

Si ahora ustedes reculan no es porque los engañaron los malévolos congresistas, sino porque quieren evitar que los arrastre el maremoto de indignación popular. Y porque temen que un referendo revocatorio se interponga en su reelección.

No nos vengan, pues, con el cuento, sobre todo el samperista exministro Esguerra, de que todo se hizo a sus espaldas. Como el Presidente quiso lavarse las manos y jurar que tampoco vio al elefante, tuvo que entregar la cabeza del chef que cocinó el esperpento. Esta era una reforma propiciada por el Gobierno, una de sus banderas. Si la votó en masa la aplanadora nacional es porque Santos, por boca de su ministro, le dio el visto bueno. Y no fue un bodrio de tantos que pasan por las cámaras, sino un cambio constitucional en toda regla. Por ende, al dar ahora marcha atrás, resultó imprescindible que el ministro, que ha mentido al pueblo, se haya ido por la puerta trasera.

También deben creernos pendejos las altas cortes. Se escudan en la masa de hampones que anida en Senado y Congreso para disimular sus pútridas ambiciones. Si tan inocentes son, que el presidente del Consejo de Estado -que salió a rasgarse las vestiduras como el más ferviente fariseo- y el de la Corte Suprema -que se escondió- comparezcan ante la opinión pública y nos aseguren que nadie de sus corporaciones movió un dedo a favor de la infausta reforma.

¿Puede afirmar, sin temor a ruborizarse, señor Gómez, que su compañero del Consejo William Giraldo no hizo lobby para ampliar de 8 a 12 años los periodos de los magistrados, empezando por el de él mismo? ¿Y usted, doctor Zapata, puede declarar que tampoco intervinieron Francisco Ricaurte, Camilo Tarquino o Sigifredo Espinosa, y que no organizaron comidas, almuerzos y desayunos con el propósito de engrasar voluntades?

Cómo será de evidente la participación del Poder Judicial en la sucia cocinada, que, por ejemplo, modificaron en el último momento algo que les chirriaba. A cambio de ampliarles cuatro años sus periodos, legisladores y Gobierno pretendieron aumentar a 50 años la edad mínima para aspirar a magistrados. Ni tan elemental condición aceptaron los honorabilísimos togados y la quitaron.

Fue, en suma, un atraco al país bien planeado y ejecutado en pandilla. Pero, cuando huían con las tulas repletas, celebrando que coronaban, los devoró la codicia. Creyéndose a salvo, regresaron por la calderilla. Son tan hampones, tan sinvergüenzas, que no se conformaron con las gabelas que ya se habían otorgado y quisieron arramplar con todo.

No podemos permitir que ahora expíen sus culpas devolviendo el botín sin más. Ese nuevo asalto a la nación es otro síntoma de la grave enfermedad que padece nuestro edificio estatal, sumergido en las cloacas, que sobrevive alimentándose de basura. Quienes creían que eliminando el Consejo de la Judicatura se acababa el problema, ya sabrán que no fue sino una engañifa. Porque ni siquiera lo eliminaron, sino que lo sustituyeron por otro organismo similar, al que le agregaron dos nuevos magistrados, más burocracia y más dinero.

Por eso sostengo que no es necesaria ninguna reforma de papel mientras los integrantes de las altas cortes y el Gobierno de turno no tengan sincera voluntad de erradicar la corrupción que corroe a la justicia. Unos se niegan a renunciar a sus insultantes privilegios y otros los consienten al embarcarse en la maldita reelección.

No toleremos su cinismo. Firmemos el referendo revocatorio. Es lo único que les duele.

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