Grecia y España hoy llaman la atención gracias a un fenómeno que les desborda como países y que pone en el ojo del huracán la dinámica misma del capitalismo contemporáneo. El despojo que allá se está consolidando acá se ha “reinventado”. A los apologetas del desarrollismo, mal que bien, la realidad hace que el canto de sirenas orquestado desde lo hegemónico se quiebre estrepitosamente; tanto ellos como los liberales y el mundo en general hoy nos enfrentamos al desierto de lo real. Las típicas escenas de exclusión, pobreza y desesperación humana provenientes del mal llamado tercer mundo y las protestas propias de los condenados de la tierra se han expandido, cual cáncer por el demacrado cuerpo de la pacha mama. No sólo la ley del valor se ha mundializado, también lo han hecho la polarización y la irreductible tendencia a la crisis del capital. Madrid, Atenas y otras tantas ciudades del “primer mundo” hoy recrean un universo paralelo al de la edad de oro del capital. Es más, la precariedad, desesperanza y desazón de su población cuestionan su pertenencia real al “primer mundo”.