Por: Olga Behar
Este libro hace parte de una saga de trabajos de intelectuales colombianos que han dejado claro que así como el país rechaza las acciones de la guerrilla, igualmente la barbarie paramilitar, de por si, mucho mayor en cantidad y en atrocidad
No es vano decir que la historia es de los sobrevivientes y no propiamente de los historiadores. Y en este caso, en el libro de la periodista Olga Behar, él y los sobrevivientes de la historia son -desde la profundidad de la primera persona y de los protagonistas mismos- quienes fueron cómplices y por serlo, causaron y causan en Colombia el proceso horrendo del paramilitarismo, del despojo de las tierras, de la agresión interminable a un campesinado inerme.
Igualmente una de las formas más eficaces, certeras y de primera mano de construir y hacer historia ha sido el periodismo y su faceta primordial, la reportería.
Y mi colega Olga Behar carga consigo todos los frutos e igual los bultos de haber sido desde muy joven una reportera singular en la historia de la profesión en Colombia. La reportería, ese gran género, no implica necesariamente hoy en día el cubrimiento directo, sobre el terreno.
También se pueden narrar historias, hechos, acontecimientos, y procesos a través de la entrevista y el testimonio, que en el caso de este libro de Olga se mezcla con eficaz habilidad con la investigación y la puesta en escena desde el lenguaje de una narración fiel a las fuentes utilizadas, pero al mismo tiempo fiel a las necesidades del lector de seguir de cabo a rabo el relato.
Porque además de informar y de revelar grandes horrores de la historia nacional, el libro de Behar cumple con el fin fundamental de un texto elaborado para los lectores: divertir así sea contando no pocas veces episodios infernales del paramilitarismo y de las relaciones de los poderes «legítimos» con ese hijo demoníaco y bastardo, ese no reconocido vástago de la burguesía colombiana.
Resultado, un texto tan bien urdido en su navegación literaria y tan bien salpicado de picos dramáticos, que pareciera elaborada ficción cuando es la realidad misma pintada y restaurada por la mano experta de la autora. Este es pues un libro en el cual y gracias a las revelaciones de un oficial de la Policía Nacional, se ponen en evidencia en una caso específico -uno seguramente de tantos en tantas regiones del país- las relaciones de algunos sectores de las fuerzas militares con la ilegalidad, sectores que participaron de frente en el proceso del paramilitarismo y de las llamadas autodefensas.
Más allá de las múltiples anécdotas y hechos que llenan los cajones organizados de este gran armario narrativo, el libro de Behar es un anecdotario que se convierte por su propia fuerza en análisis de la violencia política, los paramilitares y el terrorismo de Estado e inclusive en tácito homenaje a las víctimas causadas por esa histórica alianza de extrema derecha durante tres décadas por parte de cabezas de los partidos tradicionales, el narcotráfico, algunos industriales, muchos comerciantes, los grandes propietarios del agro y sectores de las fuerzas armadas.
Este libro hace parte de una saga de trabajos de intelectuales colombianos que han dejado claro (y Olga con su trabajo se convierte en icono ético) que así como el país rechaza las acciones de la guerrilla, igualmente es profundamente consciente de que los horrores del desplazamiento (cuatro millones y medio de campesinos han sido obligados a dejar sus tierras), las masacres (no menos de 50.000 colombianos asesinados por los paras), las desapariciones (nada se sabe de 10.000 colombianos), el secuestro (los paramilitares se llevaron hacia la muerte a mil ciudadanos), las torturas y los asesinatos selectivos por parte de los paras, son mucho mayores en cantidad y en atrocidad.
Este libro ayuda a revelar y a confirmar la magnitud del desangre ocasionado por el otro sector enfrascado en el conflicto armado y social y sobre todo para no olvidar a las víctimas y a sus familias -también víctimas- de estos aciagos tiempos en Colombia.
No podemos olvidar aquí los trasuntos del paramilitarismo, los hitos de espanto que esta historia, punta de iceberg, vuelve a traer a la memoria. Y sus implicaciones directas en la política que se ramifican y renuevan inclusive hoy, tiempo después de la desmovilización en «Justicia y Paz» de las fuerzas fundamentales del paramilitarismo y sus narcocabezas, fuerzas hoy en pleno resurgimiento y denominadas eufemísticamente Bacrim, para hacernos creer que se trata de bandas de mafiosos sin relación con el proceso anterior heredero del chulavitismo, o del puro y rudo paramilitarismo narcoantisubversivo.
No podemos olvidar estos fenómenos de violencia de la ultra derecha, memoria reciente de los sesenta congresistas del uribismo (y día a día crece la audiencia) en la cárcel o investigados por apoyar el paramilitarismo, ni olvidamos la impunidad en la mayoría de los crímenes paras y la criticada desmovilización de las Autodefensas Unidas de Colombia. Resulta inevitable el asocio de paras y Estado, de Seguridad Democrática y violación de los derechos humanos, fenómenos que aun hoy mantienen sujetos a millones de colombianos al terror, como otros muchos lo están al terror de las Farc.
La cortina de fondo es la impunidad. El propio proceso de juzgamiento de los paras llamado de Justicia y Paz, que se entregaran en 2002 y 2003, desde un principio nació muerto como hoy lo comprobamos. Las leguleyadas y fintas hechas por el Gobierno permitieron que los paras recibieran condenas máximas de ocho años con derecho a rebajas, al punto que varios de ellos ya estarán cerca de ser excarcelados.
Buena parte del país recibió con asombro dicho tratamiento para los autores intelectuales de los hechos más inicuos de la historia reciente. Ni la Justicia ni el Gobierno colombiano fueron capaces de conducir un proceso justo, con verdad y reparación a las víctimas. La tan esperada verdad sobre los crímenes de los paras, cantidad de asesinatos, ubicación de fosas, se ha ido al traste. Y ni hablar de la reparación a las víctimas.
Todo gracias a las decisiones nocturnas -por decir lo menos- de Álvaro Uribe. Como las extradiciones de todas las cabezas a los Estados Unidos con el subsiguiente freno a las investigaciones de crímenes de lesa humanidad.
Y más grave aún: el país esperaba que el paso siguiente a la parapolítica fuera involucrar al proceso a otros sectores como el de los empresarios que fundaron o colaboraron con el paramilitarismo (la llamada paraeconomía) y a grupos importantes de las fuerzas armadas que armaron, condujeron y potenciaron a los paras.
Si se ha cerrado la puerta para la vinculación de los políticos y para el acopio de acerbo probatorio contra los ya inculpados, la doble llave ha sido echada en el caso de los ricos colombianos que fueron cómplices de las masacres y de los socios militares de las llamadas autodefensas. Esos mismos sectores de poder que trabajaron de la mano del teniente de marras, protagonista de este libro de Olga Behar. En todo esto nos cabe justamente la duda y la posibilidad de que existieran pactos ocultos que garantizaron silencios o acomodamientos.
Los propios comandantes paramilitares jefes o cómplices de los militares corrompidos que ayudaron a construir el paramilitarismo, lo dijeron desde la prisión: «No hay que olvidar los peligros institucionales de la verdad».
Es decir, la lista total de militares, políticos y empresarios que potenciaron y financiaron el paramilitarismo. Falta aún revelar quiénes fueron los autores ideológicos del horror. Como es usual en el tema paramilitar, en Colombia todo el mundo lo sabe, pero nadie lo dice.
En ausencia de procesos eficaces, los datos no faltan. Tomo uno de tantos. En entrevista con la periodista Natalia Springer, Salvatore Mancuso reveló que el ex ministro del Interior y de Justicia, Sabas Pretelt, «vino a vernos en nombre de los industriales de este país», pero no precisó si lo hizo cuando el funcionario presidía la Federación Nacional de Comerciantes (Fenalco) , que ejercía antes de ser nombrado en el gabinete del Ejecutivo de Álvaro Uribe. «Los bancos participaban en el lavado de dinero del narcotráfico», y señaló que todos los «sectores estratégicos» de Colombia, entre ellos el del transporte, tuvieron vínculos con las AUC.
Confirmó que las AUC, como «modelo de Estado», incidieron en varias campañas electorales a la Presidencia y llegó a «acuerdos de mutuo beneficio» con congresistas, gobernadores y alcaldes, quienes conforman una larga lista que facilitó al periódico.
Aseguró que ningún político fue forzado para que se reuniera con los paramilitares. Y para rematar, Mancuso propuso hacer dos confesiones, una ante la Justicia y otra ante la Iglesia. Sólo el cinismo propio del capo de los paras decidiría que le confiesa a la sociedad y a Dios. Dijo el ex jefe para, autor de numerosas masacres y todo tipo de delitos de lesa humanidad: «El paramilitarismo es una política de Estado». Agregó que «el paramilitarismo es orquestado por los gremios económicos y es alimentado por los militares». Mancuso contó que entre 1996 y 1997 se reunió con el general Rito Alejo del Río y dijo que el tema tratado fue la expansión paramilitar en Urabá, al norte de Colombia.
Implicó también a los generales Martín Orlando Carreño, Iván Ramírez y al general Alfonso Manosalva (fallecido) con quien se reunió al menos diez veces. El entonces ministro de Interior, Carlos Holguín dijo.- «El Gobierno no le tiene miedo a la verdad». Este libro de Olga Behar necesariamente será un texto clave para comprender todos estos intríngulis y fenómenos del horror de la alianza Estado-paramilitares. Clave porque revela el material de las estructuras paramilitares y porque nos cuenta a través del relato crudo, del dato y la anécdota, los detalles, los modus operandi de estos criminales.
Como se dice coloquialmente en Colombia: «Al que quiera más, que le piquen caña», es decir, es imposible estar más nutrido informativamente de lo que ha pasado en este país en los últimos años.
La alianza conspirativa y criminal de todo un país político y económico, con unos asesinos que fueron su propio invento y que hoy, y una vez más en lenguaje popular, se han convertido en «cuchillo para su propio pescuezo».
Como lo son también los decenas de miles de colombianos asesinados que señalan desde las fosas que se siguen abriendo. Pero por lo pronto nada ha sido suficiente para golpear a los verdaderos autores ideológicos de este holocausto cometido en aras de la lucha anti insurgente. Aun así y gracias a trabajos como el de Olga Behar, Colombia ha roto definitiva y masivamente la indiferencia frente a la guerra paramilitar. Y eso es más fuerte que una doctrina de Seguridad Democrática o un «Estado de opinión».
Por Antonio Morales Ríveira