Por: Camilo Rivera Vasquez
Crítica al consumo y triunfo del neoliberalismo a través de la individualización
En el mundo digital contemporáneo, las aplicaciones de juegos para iOS y Android han emergido como una de las formas más populares de entretenimiento, pero detrás de su aparente accesibilidad se esconde un sistema que fomenta el consumismo desenfrenado.
Ejemplos como Pokémon GO, que generó más de 2 millones de dólares al día en 2018, o PUBG, que alcanzó 712 millones en ingresos en solo 8 meses, revelan una dinámica preocupante: la economía digital basada en la supuesta gratuidad. Sin embargo, esta "gratuidad" es una trampa diseñada para atraer a las masas y alimentar el ciclo de consumo que beneficia solo a unos pocos.
Al bajar el precio inicial de una aplicación a cero, los diseñadores manipulan la percepción de valor, explotando un sistema que premia el gasto constante y silencioso a través de microtransacciones.
El sistema neoliberal, con su énfasis en la individualización, ha logrado imponer un modelo donde el consumo se convierte en una forma de realización personal. Los jugadores, atrapados en la lógica del mercado, son bombardeados con estímulos diseñados para mantenerlos enganchados y gastar sin ser plenamente conscientes.
Las microtransacciones, por ejemplo, utilizan una moneda virtual que crea una barrera psicológica entre el usuario y el dinero real, promoviendo un consumo irracional. Este modelo no solo explota el deseo de los jugadores de avanzar en el juego, sino que refuerza una cultura del consumismo que aliena a las personas de sus necesidades reales. Los diseñadores no solo venden un producto, sino que monetizan las emociones humanas, jugando con los mecanismos más básicos de la psicología humana.
DAÑO SOCIAL CAUSADO POR EL CONSUMISMO DIGITAL
El impacto social de este tipo de prácticas va más allá del gasto económico. B. F. Skinner demostró que los comportamientos repetitivos pueden reforzarse con recompensas aleatorias, y los juegos explotan esta teoría de manera devastadora. Las mecánicas de recompensa intermitente, similares a las máquinas tragamonedas, generan una obsesión que, en última instancia, aísla al individuo, lo desconecta de su entorno social y lo coloca en una espiral de consumo constante.
Este enfoque no solo perpetúa la lógica de consumo neoliberal, sino que despoja a las personas de su capacidad de agencia, atrapándolas en un ciclo de recompensas ilusorias que no tienen un valor real en sus vidas cotidianas. Los juegos se convierten en herramientas de manipulación, diseñadas para generar adicción y fomentar el gasto en detrimento del bienestar emocional y social del usuario.
Las dinámicas de "puntos de dolor", en las que los jugadores pagan para eliminar experiencias molestas como anuncios o pausas, refuerzan la idea de que todo problema tiene una solución económica. Este enfoque fomenta una cultura del pago para evitar inconvenientes, profundizando la división social entre aquellos que pueden permitirse una experiencia de juego "fluida" y aquellos que deben soportar las interrupciones. En el fondo, se trata de un sistema que refuerza las desigualdades, disfrazando el acto de consumir como una forma de mejora personal o de "comodidad".
EL PAPEL DEL DISEÑADOR PARA EL BIEN COMÚN
En este contexto, los diseñadores juegan un papel crucial, pero la pregunta es: ¿al servicio de quién? El diseño no debe ser una herramienta de manipulación que explota las debilidades humanas para maximizar los ingresos de una empresa. En su lugar, el diseñador tiene la responsabilidad ética de crear productos que beneficien a la sociedad en su conjunto, promoviendo el bienestar y la sostenibilidad, en lugar de perpetuar el ciclo destructivo del consumismo.
Un diseño consciente debe buscar mejorar la vida de las personas, fomentar la cooperación y el desarrollo social, y no solo ser una máquina de hacer dinero basada en la explotación psicológica. Si los diseñadores asumen este reto, pueden ser agentes de cambio social positivo, promoviendo la justicia y la equidad en lugar de la alienación y la codicia.
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