Por: Francisco de Roux
Andrés Hoyos escribió el pasado miércoles una columna que merece respuesta.

Estoy de acuerdo con su afirmación de que la violencia armada fue desde siempre un error, pero estoy convencido de que no es posible entenderla en sus complejidades si uno no se sitúa en la comprensión subjetiva de los concernidos, de la que es muy cuidadoso Fernán González, y a la que hace referencia el mismo Andrés.
Muchos jóvenes en los años sesenta se unieron a la lucha armada del Eln convencidos de que había una violencia estructural invencible por la vía política. Y esta razón subjetiva, basada en discusiones sobre la realidad nacional e influenciada por acontecimientos internacionales, configuró para ellos una tremenda decisión de conciencia que, lejos de ser una ligereza, era la determinación de entregar la vida en la lucha contra los que consideraban enemigos del pueblo. Desde esa opción actuaron Camilo Torres, Domingo Laín, el cura Pérez y muchos otros, y en esa opción quedaron atrapados.
Cuando escribo que ellos actuaron por esa razón no tengo duda. Le creo a Nicolás Rodríguez cuando la trae a cuento en la respuesta que me envía a la carta pública que le escribí en El Tiempo pidiéndole que dejaran la lucha armada. Ellos tomaron las armas contra esa injusticia, tal como la entendían. Eso no quiere decir que yo apoye la lucha armada. Ni que la considere objetivamente justa. Pero sí soy capaz de ver en esa opción subjetiva la conformación de una opción de rebelión que los actores asumieron no solo como un derecho sino también como una responsabilidad. Por eso el trabajo de la paz tiene que pasar por la compleja clarificación de la conciencia y el respeto a la misma.
El Espectador publicó fragmento de un texto mío escrito en el libro de un grupo de personas para invitar al Eln a entrar en el proceso de diálogo. Pongo a continuación otras frases de ese texto mío que pueden consultar en el libro Negociación Gobierno- Eln y sin embargo se mueve, editado por Víctor de Currea-Lugo:
“Personalmente pienso, desde siempre, que la lucha por la justicia y la liberación entre nosotros tenía que tomar el camino de las movilizaciones de no violencia activa y eficaz”.
“La guerra no solo se hizo contraproducente, productora de lo contrario de lo que buscaba, y por eso perjudicial para el pueblo, sino que se tornó en injusta”.
“La realidad es inmensamente compleja, pero parte importante de la verdad es que el paramilitarismo creció como forma de seguridad de las grandes propiedades, amparado por el establecimiento, para responder a la guerra irregular en que se alzó la guerrilla”.
“El Eln, al insistir en la guerra insurgente, quedó atrapado en esta dinámica degradada que eleva la militarización, la paramilitarización y el sufrimiento descomunal del pueblo y que las inmensas mayorías no quieren y piden en todas las formas que termine”.
“Nunca he dejado de pensar en las luchas internas que vivió Camilo, un ser directo, honrado y claro, al encontrarse con la personalidad impredecible, dura y difícil de Fabio Vázquez Castaño. Camilo había quedado atrapado, y el camino que él buscó fortalecer desde el Eln iba a necesitar cincuenta años para liberarse del atrapamiento de la confrontación armada”.
Y en carta a Nicolás Rodríguez que está en el texto: “No queremos que ustedes nos acompañen alzados en armas. Los queremos aquí, trabajando mano a mano en la lucha ética y social sin fusiles”.
Por lo demás le agradezco a Andrés Hoyos la crítica, en que me muestra el cuidado a tener al escribir y editar frases que pueden ser interpretadas de diversas maneras en este país polarizado. Y sobre todo le agradezco la invitación a dialogar a fondo sobre los caminos de una paz seria.














