En Colombia la opinión sobre la salida al conflicto armado péndula entre la tierra arrasada y la negociación. Cada una ha gozado de su cuarto de hora, pero la última década, la de Uribe, se ha caracterizado por una mayoritaria opinión a favor de matar gente para resolver el conflicto, o mantener indefinidamente el estado de guerra.
Ahora, en la era Santos se vuelve a hablar de paz. Desde su posesión como mandatario, hace un año, Juan Manuel Santos abre la posibilidad de lograr acuerdos de paz, y en el ejercicio de su Gobierno ha reiterado tal intención. Por parte de la insurgencia se han producido similares pronunciamientos, siendo los del ELN los más recientes. Particularmente el último pronunciamiento del Comando Central del ELN (COCE) ha generado opinión en torno al tema, así como pronunciamientos gubernamentales.
A las manifestaciones de ambas partes para la solución incruenta, se suma la labor de la sociedad civil, de analistas, de grandes conocedores del tema como la Corporación Arcoíris y el mismo Francisco Galán, ex dirigente y vocero de esa guerrilla. Ahora la Comisión de Paz del Senado de la República prepara una ley que brinde herramientas al Ejecutivo para acometer negociaciones de paz.
Todo esto va madurando el ambiente para un proceso de paz. Decir que es urgente y necesario es llover sobre mojado, aunque persistan los propagandistas de la guerra promoviendo una matazón general como fórmula mágica.
Aparte de las mentalidades militaristas la paz tiene otros enemigos. Contrario a lo que se cree, los peores enemigos de la paz son los prejuicios que se tienen frente a ella, tales como: pensar que será la solución a todos los problemas, o pensar que la violencia se circunscribe a quienes portan un arma.
También en torno a los procesos de diálogo y negociación hay creencias que pueden hacer más daño que la confrontación misma. En primer lugar se sabe que los momentos más acentuados de un conflicto son cuando se aproxima una negociación, así como durante la misma y, si esta fracasa, cuando se finaliza. Esto se da por el afán de las partes de llegar a la mesa con una posición de ventaja conquistada en el campo militar.
Los anuncios recientes pueden llevar a que se de una escalada en la confrontación con el ELN, cuando dice el Presidente “Me corresponde liderar un diálogo, pero sólo cuando se den las circunstancias apropiadas”. Igual consideración hay de parte de los elenos (como popularmente se conoce a los militantes del ELN), quienes han postergado el momento de una negociación esperando por “un Gobierno legítimo”. Quien fuera uno de sus dirigentes, Francisco Galán Bermúdez, dice a sus ex compañeros de armas: “La guerra y la paz se hacen entre enemigos, no esperen un mejor Gobierno.”
Dice el mismo Galán, con una mixtura de resentimiento y derrota, la paz exige una decisión, la de abandonar la guerra. Tiene razón, postergar esa decisión es ahondar más en la escalada del conflicto, que en las actuales circunstancias implica continuar en la degradación del mismo. No hay porqué esperar más, basta con considerar que un proceso de esos no es corto ni simple y que si quieren matar más, van a tener todos ocasión de hacerlo antes de culminar una negociación.
Ahora, si se quiere entrar a realizar este proceso, ojalá sin buscar ventajas adicionales por la vía de las armas, no es necesario dividir éste en partes o fases, en las cuales se hace el diálogo primero y la negociación después. Sería deseable que las partes llegaran a la mesa con la decisión de negociar, y entrar a discutir los términos de la misma. El diálogo se ha tornado sinónimo de mamar gallo.
Mejor si se inicia con un reconocimiento de las partes, sin que se entre a discutir si el Gobierno es legítimo o no, o si el ELN es un grupo político o no. Eso a más de ser un distractor, genera riesgos de ruptura. Para qué correrlos, si aceptar al otro como interlocutor implica tal reconocimiento. Buena parte del fracaso del pasado proceso en Cuba, se dio por cuenta de no querer considerar a esa insurgencia como actor político, restringiendo el reconocimiento a los voceros.
Por ello, ofrecer al ELN el mismo tratamiento que se le da a los paramilitares es un desgaste inútil, ya que esta guerrilla no negociará bajo una consideración diferente. En tal sentido, si la ley que tramita el Senado se centra en la reinserción sólo servirá para reinsertar pillos de barrio, no para negociar con las guerrillas.
Otros condicionamientos pueden surtir un efecto dilatorio, como exigir el cese de hostilidades, liberación de secuestrados, o concentración e identificación de la militancia. Si el proceso es exitoso todas esas cosas, más pronto que tarde, se van a dar. Exigencias de ese tipo parecen hacerse desde la perspectiva de un fracaso. El tono condicional usado por el presidente Santos es un buen augurio al respecto cuando dice: “La liberación unilateral y sin condiciones de los secuestrados que hoy tienen en su poder, podría ser un paso en la dirección correcta”. El “podría ser” permite interpretar que no es una exigencia de entrada.
Hay una coincidencia general de analistas y de expertos, con la petición del COCE de retomar los diálogos a partir de lo construido en el pasado proceso en La Habana, Cuba, con el Gobierno anterior. Esa es una postura lamentable, tal proceso en nada es un modelo de negociación, pues, aparte de la pobreza de los logros en año y medio de conversaciones, parece una partida sobre un tablero de ajedrez, donde uno juega ajedrez y el otro juega damas. El texto final está lleno de retórica y de discusiones semánticas improcedentes, de posturas inflexibles por el esquema de fases y no de simultaneidad, además de adolecer de una visión exclusivamente militar del asunto.
Sin entrar a la crítica en detalle del texto, parece que el único punto de acuerdo de Gobierno e insurgencia es la de llamar a la comunidad internacional a pedirle plata. Esa postura mendicante no sólo despolitiza el proceso, sino que deja muy mal presentados a todos los colombianos.
La presencia internacional es fundamental para brindar garantías, porque entre enemigos eso de construir confianzas es una engañifa. También puede la comunidad de naciones impedir la ruptura del proceso manteniendo a las partes en la mesa, dejando eso de estirar la mano en un plano inferior.
Lo construido en la Habana sirve más como enseñanza de lo que se debe evitar, así como aprender que si bien es muy fraternal de los guerrilleros tratar de liberar a sus compañeros en prisión, no es recomendable nombrarlos de negociadores, un hombre libre piensa muy diferente a uno encarcelado, por claro que sea. Por parte del Gobierno el nombrar para la mesa a sujetos que padezcan odio contra la guerrilla sólo sirve para producir insultos y una declaración llena de veneno cuando todo fracase. Pero si se quiere es triunfar, llegar al puerto deseado, los voceros de las partes deben tener claros los intereses de quienes representan para hacerlos efectivos en la mesa.
Por último, negociar no es rendir al otro. Si se quiere alcanzar la paz se le deben brindar a los insurgentes mecanismos de participación, más allá de unas garantías económicas individuales. La propuesta de convención nacional que plantea el ELN no es imposible, ni constituye una amenaza para el Estado. Ese evento los podría repolitizar y darles la plataforma para que incursionen en la vida civil con una renovación política y con instrumentos de participación ciudadana. Tampoco se debe perder de vista que hay un nuevo paradigma de negociación que pasa por los ejes de verdad, justicia y reparación, que hace un poco más complejo el proceso.
Edición N° 00267 – Semana del 12 al 18 de Agosto de 2011