Por: Revista Insurrección
Después de 12 días de concentraciones de campesinos, comunidades negras e indígenas, en las carreteras de la mayoría de los departamentos, de bloqueos intermitentes en las mismas, de marchas hacia las ciudades, de movilizaciones urbanas, de acciones de solidaridad de los estudiantes y de cacerolazos, uno de los procesos movilizados, el de la Cumbre Agraria, logra arrancarle un acuerdo al gobierno este viernes 9 de mayo.
Queda aún movilizado, sin lograr todavía un arreglo satisfactorio, el paro de las Dignidades agropecuarias, el que cuenta con toda la solidaridad y el apoyo del resto del campo popular, para culminar exitosamente su lucha y evitar que el gobierno logre aislarlo.

Esa disparidad en el tiempo y en la negociación, no debería haber sido así. A pesar de los avances unitarios que se vienen dando en el movimiento agrario, aún hay dispersión. En este Paro se coincidió en las fechas, se actuó en los mismos tiempos. Pero los dos procesos que actuaron, las Dignidades y la Cumbre, entablaron negociaciones y mesas por aparte. Esta separación limita los alcances del movimiento, la fuerza y la capacidad del mismo y le permitió al gobierno maniobrar en mejores condiciones.
Comparado con el Paro agrario del año anterior, la dispersión fue menor, dada la articulación que varias organizaciones lograron a través de la Cumbre agraria, la que actuó esta vez como un solo bloque y en una sola mesa de negociación. La Cumbre levantó un pliego unitario de 8 puntos, que representan una Propuesta alternativa para el campo, que reivindican al campesinado como sujeto de derechos, a la producción nacional y la soberanía alimentaria. Ello también representa un avance en relación al Paro anterior.
El gobierno se vio obligado a pactar con la Cumbre agraria y posiblemente tenga que hacerlo esta semana con las Dignidades, frente a las deudas, los insumos y otros puntos que vienen negociando.
El acuerdo conseguido por la Cumbre es un logro de importancia del campesinado, los indígenas y las comunidades negras que se agrupan en este proceso, al haber logrado un Decreto presidencial, mediante el cual se conforma una Mesa nacional de interlocución y concertación de la política agraria, una Comisión de garantías y derechos humanos y un Fondo para la economía campesina, indígena y de las comunidades negras, muy pequeño aún. Esto empieza a obligar a las elites gobernantes a tener en cuenta la economía campesina, así sea todavía de manera muy parcial.
Los sectores agrarios pobres y medios, requerirán nuevas y más fuertes luchas para conquistar algo más. Pero se ha vuelto a empezar. Estamos ante un nuevo ciclo de luchas agrarias. Esto se demostró en el 2013 y se reiteró ahora en el 2014.
El Paro agrario de este año y el del año pasado, las luchas que están librando la Cumbre, al igual que la de las Dignidades, expresan la resistencia y la lucha de la producción campesina y nacional, para evitar su extinción y perfilan otra visión sobre el agro colombiano. El pliego de las Dignidades y el de la Cumbre enfrentan los intereses de las multinacionales y del actual modelo minero energético. Levantan el interés de la nación, de la producción de alimentos y de la soberanía alimentaria. Este es el trasfondo de los problemas.
Con alegría y esperanza los Paros agrarios del 2013 y de este año, registran que el campesinado ha reaparecido, que después de muchos años de arrinconamiento y extinción progresiva, a la que lo ha estado empujando el modelo económico impuesto por la clase dominante, ha vuelto a ser sujeto y actor de la vida nacional, y nuevamente está logrando alzar su voz y hacerse escuchar, mediante la movilización y la lucha, que es la única forma de hacernos escuchar y sentir los de abajo.














