¿Y ahora? Algunas conclusiones de la jornada del domingo de elecciones

Linea Formación, Género y luchas populares

Por: Juan Houghton

Con los resultados electorales de este domingo, en primer lugar ha quedado claro que la fractura en el bloque dominante es algo más que cosmética. A pesar de que Santos al principio de su gobierno había ofrecido un pacto al latifundio armado -no olvidar el mensaje de Juan Camilo Restrepo de que “hay 8 millones de hectáreas robadas, y vamos a devolver 2 millones para hacer la paz”-,

la renuencia de este último sector a aceptar una transacción condujo a una polarización que difícilmente se saldará sin la salida del juego de varios actores: la ćarcel y la extradición están más cerca que nunca, y un hipotético gobierno de Zuluaga amenaza resolverse a la manera de Fujimori III. La disputa entre el actual modelo de acumulación armado basado en un gran protagonismo del latifundio y el crimen abierto, y otro modelo basado en el rentismo extractivista y la domesticación del movimiento popular, obviamente no representa un dilema en el que podamos tomar partido, pero representa un cambio clave para las oligarquías tradicionales colombianas vinculadas cada vez más al capital financiero y a las transnacionales; y por supuesto es un escenario que significa cambios importantes para la movilización y acumulación popular en tanto el paramilitarismo deberá modificar su lugar en la política nacional.

descarga

Ahora bien. Es cierto que el uribismo se consolida como una fuerza política determinante. Casi el 30% del electorado indica la persistencia de una maquinaria criminal que sigue operando sobre todo en los departamentos del eje cafetero, Antioquia, Cundinamarca, Huila, Tolima y Santander, pero también un electorado que encuentra en el discurso guerrerista el cemento que junta su temor a la crisis y el miedo a la izquierda. No obstante, no debe olvidarse que solo representa el 14% de la votación al Congreso, y que incluso asumiendo que la votación a Zuluaga solo fuera uribista (lo que no es cierto, pues mucha de tal votación es apenas anti-santista), solo representa el 13% del electorado general del país. Para nada se puede subvalorar este guarismo, pues los demás tienen incluso menos electores que el Centro Democrático, pero el foco de análisis sigue siendo que buena parte de la política colombiana se desenvuelve por fuera de lo electoral y que el establecimiento ya tomó la decisión de arrinconar a la extrema derecha armada.

En segundo lugar, los partidos han sufrido un descalabro electoral sustantivo. Los 9 millones 800 votos que sacaron en 2010 los partidos que hoy se agrupan en la Unidad Nacional y el Centro Democrático, se redujeron a un poco más de 9 millones de sufragantes en 2014. La situación es peor para el Partido Verde y el PDA (que a falta de mejor nombre podríamos agrupar como alternativos), los cuales perdieron 1 millón y medio de votantes en 4 años -la mayoría Verdes-, que posiblemente migraron al santismo. La votación total entre las dos elecciones se redujo en 1,5 millones de votos. Y todo esto a pesar de que el censo electoral subió en casi 3 millones.

Es verdad que esto ratifica la tesis de una democracia electoral raquítica, pero ilustra también la efectividad de la campaña sucia adelantada por los dos ganadores de la primera vuelta. O dicho de mejor forma, la guerra sucia tuvo como propósito consciente hacer que los electores se marginaran aún más de las lides electorales, se asquearan de la podredumbre política y dejaran en manos de las maquinarias las decisiones electorales. La votación de Santos y Zuluaga expresa fundamentalmente su electorado cautivo, la maquinaria y la mermelada, pues los escándalos programados desde sus campañas tuvieron claro su objetivo de destruir la opinión favorable que pudieran haber atraído las contrarias. Y lo lograron: en efecto la abstención en las presidenciales pasó del 50,7% a casi el 60% entre 2010 y 2014 (en 2006, en pleno auge uribista, había sido del 55%).

Tienen razón quienes sostienen que la buena parte de la abstención y el voto en blanco -los votos castigo- especialmente afectan al centro, al centro-izquierda y a la izquierda; de hecho, en los departamentos donde ganó Zuluaga la abstención fue menor, en tanto muchas de las regiones ganadas por Santos tuvieron escasa participación electoral. Donde se equivocan es en presentar esas conductas electorales como conniventes con la derecha, cuando lo evidente es que en muchas ocasiones expresan más bien una madurez política que debe ser respetada, interpelada y convocada a actuaciones políticas superiores. Basta constatar el 54% de voto en blanco en Piedras (Tolima) y el 10,56% en Ituango (Antioquia), precisamente donde la población da sendas batallas civiles contra los megaproyectos de Santos.

Porque una tercera conclusión es que el problema de tal estrategia de “expulsión de electores” por vía del desprestigio de las elecciones puede convertirse en una trampa para el establecimiento. En la coyuntura actual la abstención se ha dado en medio de una gran movilización social y política, gran parte de la cual no quiso expresarse electoralmente pero sigue hablando de conformar un frente político amplio o un movimiento de movimientos que surja de estas movilizaciones populares. En otros términos, buena parte de la abstención no está asociada a la apatía política. Parece evidente que lo que se viene trabajando en pos de la unidad popular desde el Congreso de los Pueblos y la Marcha Patriótica -y en algún grado desde el movimiento indígena- tiene más posibilidades de convertirse en el catalizador de estas luchas, que un posible y necesario “frente político por la paz” de los sectores y partidos de la izquierda electoral. Mucho del abstencionismo y casi todo el voto-blanco de seguro confluirá en un proyecto de reunificación de la izquierda social y política así construido.

Por otra parte, se ratifica la volatilidad del llamado “centro” y la escasa posibilidad de conformar un partido político a partir de sus intereses y sensibilidades. Santos había colonizado inicialmente este sector político, no solo mediante la apertura a un diálogo con la insurgencia sino con la inclusión de los Verdes, Angelino y Lucho Garzón en su gabinete; pero su corrida a la extrema derecha con Vargas Lleras, los para-latifundistas costeños y su decisión contra Petro (versión enero) le dejó el lugar a Peñalosa y, luego la descolorida de éste permitió que Clara López subiera de forma notoria en la votación. Por cierto fue Petro el más afectado por esta volatilidad -de la cual él mismo es un buen exponente- pues los electores que habían marchado contra Ordóñez no se sumaron a Santos como ordenó el vocero del alcalde en una maniobra electoral casi incomprensible y a todas luces injustificable, sino que se decantaron por la candidata del Polo, a quien vieron más consecuente en esta coyuntura; de ser el político más influyente de la capital del país, Petro ha pasado a ser un paje menor de la corte santista, no muy lejos del desaparecido Lucho Garzón, y tendrá grandes dificultades para recuperar su lugar.

Otra conclusión es que los resultados permiten pensar que en varias ciudades capitales e intermedias una alianza de las izquierdas puede atraer otros sectores de centro izquierda y aspirar a gobernar a nivel local en el próximo periodo. Bogotá, a pesar perfilarse como un nuevo fortín de la extrema derecha (22% del electorado para Zuluaga), es también uno de los fortines de las fuerzas de izquierda y alternativas; más allá del descolorido verde de Peñalosa y de la desinflada ideológica de Clara López intentando representar una “izquierda moderada y fiable” (sic), lo cierto es que en el electorado bogotano hay por lo menos un 36% antioligárquico que no retrocede. Otro tanto puede decirse de Cali, donde el Polo representó un 20% de los votantes y mantiene una posición política estable y madura; así como en Tunja, donde la candidatura de Clara ganó y recogió el 32% de los votantes, muy por delante de los demás contendores; o Barrancabermeja, que ratifica su opción mayoritaria por candidaturas alternativas (32% por Clara). El balance de esta jornada electoral y la que tuvimos para el Congreso, son claves para identificar las alianzas que debamos conformar para las lides electorales municipales del 2015.

En sexto lugar, como es evidente, el PDA-UP ha obtenido una votación muy importante, en un contexto desfavorable para la izquierda y para el Polo mismo. Clara López logró posicionarse como una candidata seria, ecuánime, capaz. Sin desconocer los méritos propios de la candidata y del precario aunque importante mensaje unitario que significó la alianza con la UP, la mayor parte de sus logros han sido fruto de los errores ajenos. La descompuesta polarización de la derecha y la extrema derecha, la inocuidad del Peñalosa a pesar de los esfuerzos de Claudia López para obligarlo a decir alguna cosa, la inmensa torpeza de Petro al sumarse acríticamente a Santos, hicieron que buena parte del electorado progresista y de centro izquierda vieran en Clara López la única opción moderada disponible y que el electorado de izquierda no tuviera otra opción que sumarse a su candidatura. Pero no hay que olvidar que Clara olvidó buena parte del mensaje de izquierda: contra toda tradición de izquierda no tuvo la entereza de defender el derecho al aborto de las mujeres en cualquier contexto; su mensaje insistió más en defender a los empresarios que a los trabajadores; le dio la espalda a la adopción por parejas homosexuales; no se opuso a la extradición; su “revisión de los TLC” fue mucho menos que la lucha por su derogación a que aspiran los sectores populares; metió la pata al anticipar que Kalmanovitz podría ser su ministro de Hacienda; y en materia de paz incorporó una absurda fecha límite para llegar a acuerdos, que no pareció nunca un aporte a la negociación. No hay duda que muchos posibles electores y electoras de izquierda optaron por la abstención y el voto en blanco por esas salidas en falso.

Buena parte de la solidez del PDA dependerá de no sumar como propio lo ajeno y de tomar una decisión correcta frente a la segunda vuelta, sobre todo mediante los procedimientos correctos. La triste experiencia de Petro adhiriendo a Santos sin preguntar a sus bases políticas ya mostró su impacto sobre un electorado de izquierdas que es autónomo y está lejos de ser seguidor abyecto de cualquier caudillo o rótulo político. Y obviamente muchos de quienes votaron por Clara en estas elecciones están lejos de ser polistas. La posibilidad de que la izquierda -y la propia Clara- jueguen con alguna posibilidad de aglutinar lo alternativo para las elecciones de alcalde de Bogotá en 2015, pasa por tener en cuenta estos elementos.

La segunda y la tercera vueltas

A pesar de que las encuestas indicaban ya la tendencia irreversible hacia una segunda vuelta entre Santos y Zuluaga para la Presidencia de la República y de que los porcentajes logrados por sus campañas se ajustaron en buena medida a los previstos, la noche del 25 de mayo el movimiento popular y sectores importantes de las capas medias expresaban en sus rostros una especie de perplejidad. Y no es para menos: la posibilidad cierta de que lo más repulsivo de la extrema derecha colombiana retome el liderazgo del Estado no deja dormir tranquilo a muchos de nosotros. Pero tampoco es para más: las tendencias fuertes en la recomposición del bloque dominante no han cambiado sustancialmente; es más: la extrema derecha armada y cuasiarmada, a diferencia de la época del uribato, no concita hoy ni desde lejos el consenso del establecimiento colombiano, no logra el beneplácito del imperio y ha sufrido un gran menoscabo en su ascendiente sobre la opinión pública. Sin contar el jaque judicial en que la disputa electoral ha puesto a Uribe Vélez y sus conmilitones (o cómplices).

En realidad la perplejidad no es tal. Más bien el problema es que el movimiento popular y la izquierda siguen sin resolver su posición ante la segunda vuelta. En circunstancias normales el voto en blanco o la abstención activa ya estaban cantadas. Pero sin duda el carácter tan abiertamente fascistoide del uribismo y la posibilidad de que se rompa un posible acuerdo de las guerrillas izquierdistas con el Estado, hacen que la decisión se complique. Tres son los temas que se cruzan en la izquierda para tomar esta decisión: la posibilidad del fin del conflicto armado entre el Estado y la insurgencia, la construcción de la paz y un avance en el reconocimiento y respeto por los derechos democráticos; en segundo lugar, la continuidad del modelo económico o su reversión, incluyendo los debates sobre el extractivismo y las luchas por los derechos de los trabajadores y el movimiento agrario; y en tercer lugar, mantener las condiciones para que la unidad popular sea posible.

¿Cuál decisión permite avanzar en la paz, enfrentar el modelo y construir la unidad popular? ¿Es suficiente que Santos insista en la paz para que el movimiento popular le dé su apoyo? Es claro que apoyar a Santos de ninguna manera implicará revertir la aplanadora neoliberal extractivista -que hace parte del ADN neoliberal que lo conforma-, ni contribuir a la unidad popular y de izquierdas, o aportar en una apertura a la movilización popular... y menos con Vargas Lleras y los Ñoños en su bloque parlamentario; antes bien, será un cheque en blanco para que profundice su opción preferencial por el capital financiero y extractivista internacional, y un flanco para que insista en la inclusión de líderes alternativos en su gobierno de derechas.

Siendo así, el único argumento de los partidarios del “frente por la paz santista” es que el bloqueo al uribismo es un bien superior que debemos defender paraios en  terminar la guerra, lograr la paz e impedir que el narcofascismo se empodere de nuevo. En gracia de discusión, es posible que el voto popular le dé la victoria a Santos, pero difícilmente lo fortalecerá para una negociación con la insurgencia o en una batalla contra el paramilitarismo. Para ambos propósitos Santos necesita ser ungido y reconocido por la propia oligarquía y el gobierno gringo, pues se trata de tener la fortaleza suficiente para derrotar el militarismo y aglutinar al establecimiento, condiciones sin las cuales no podrá llegar a acuerdos con las guerrillas. Pero esa es la tarea de la oligarquía, no del movimiento popular.

(Una versión recortada aparece en  http://www.colombiainforma.info/index.php/politicas/111-trabajo1/1399-y-ahora-conclusiones-y-perspectivas-tras-las-elecciones-del-domingo)

Déjanos tus comentarios


Código de seguridad
Refescar

Revista Kavilando

cover issue 42 es ES 1

Publicaciones

Slider

Afiliados a

clacso

cc

Visitas