Por: Brayan Montoya. Kavilando
Este es un esfuerzo por demostrar que otro camino es posible y que no es necesario represar las aguas para que las comunidades florezcan.
Con las primeras luces del 19 de marzo, la vereda Boquerón en el Municipio de San Francisco del Oriente antioqueño, comienza a hervir de actividad entre ires y venires de lugareños y foráneos.
Los fogones del caserío emanan olor a aguapanela, chocolate y arepas recién hechas para atender a las casi cien personas que desde el día anterior llegaron para defender el río con sus botes y sus remos, en un esfuerzo por demostrar que otro camino es posible y que no es necesario represar las aguas para que las comunidades florezcan.

“Pero no se trata de estar en contra de nada malo”, lo repitió muchas veces, Jules Domine, uno de los organizadores del evento, que hace cinco años navega por el Samaná; se trata “de estar a favor de algo mejor”. Se trata de defender el derecho a que la población viva en paz y armónicamente con el entorno y conserve el patrimonio natural ancestral que le ha dado el sustento a familias enteras y cientos de especies de animales y plantas.
A lo lejos, corre el río Verde entre montañas vírgenes y nubarrones que traen hasta la vereda algunos halitos de viento frío. Entre carpas, hamacas y platos de comida, las personas hablan con excitación de lo que vendrá después al aventurarse en las espumosas aguas del caudal que, más adelante, al unirse con el río calderas, dará a luz al Samaná, quien en esta ocasión nos convoca.
Algunos son expertos llegados desde Francia, España y Brasil, otros más cercanos son del Huila, acostumbrados a navegar el ancho Magdalena; un puñado somos colaboradores, organizadores o simpatizantes de la defensa del territorio y los demás son personas que luego de sobrevivir a la violencia que azoló a esta región, temen convertirse en víctimas del desarrollo. Gente que se cansó de ver impávida el modo tan inhumano con el que pretenden quitarles todo en nombre del progreso que divulga ser para todos, pero al final no es de ninguno de los que allí habita.
Las mulas descienden por la trocha con los botes en el lomo, seguidas por quienes defendemos el río. Muchos tienen grabado en sus camisetas, bufandas o ponchos la consigna “Yo soy Samaná” como recordatorio de esa conexión simbiótica con el agua; con el río como un ser vivo con el que vamos a compartir y no como un recurso que vamos a aprovechar.
Al llegar a la ribera, la corriente desliza lentamente los botes en la superficie entre el vuelo silencioso de los barranqueros y el potente canto de las cigarras.
El río recibe a algunos más atrevidos que deciden echarse un chapuzón y dejarse llevar por la corriente en algunos tramos para contemplar la belleza del cañón con sus formaciones milenarias de roca y los antiquísimos árboles hundiendo sus raíces en el afluente. Más adelante en la unión entre el río Verde y el Calderas, compartimos experiencias alrededor de un sancocho cocinado leña para recuperar fuerzas y continuar por las aguas del Samaná: “El Patrón”que sustenta la vida de las comunidades rivereñas con la pesca, la extracción de oro, materiales de playa o madera.
En adelante las aguas son más torrentosas y atravesamos continuamente los rápidos y las pocetas del río hasta llegar al Puente Samaná en San Luis, donde nos esperan cientos de personas que desde temprano han nadado, pescado o de algún modo, disfrutado en los cristalinos charcos del río dormilón que entrega sus aguas al Samaná en este punto. Al encontrarnos brota un clamor generalizado: “¡Samaná, Samaná, Samaná!”. El puente, la orilla y los botes se estremecen con este grito repetitivo y sobrecogedor.
Para finalizar, sobre el puente, se realiza un acto alegórico y emotivo: varias personas ubicadas en ambos extremos se acercan lentamente hasta llegar al centro entre arengas de paz. El simbolismo era simple. Ambos litorales del río Samaná antes enemistados por la guerra, siendo una rivera guerrillera y la otra paramilitar, se juntan en un esfuerzo de reconciliación y defensa del territorio, sellado con los abrazos de los participantes de ambos lados.
Al caer la noche entre bailes, cantos y discursos. El patrón desde su cuenca continua vigilante, esperando que el correr de sus aguas y las voces de quienes lo habitan se oigan más fuertes que el estruendoso chillar de las motosierras y el retumbante sonido de las retroexcavadoras. Manifestando con hechos como este, que la pasión por el río no es un eufemismo, sino que es amor y amor del bueno.















