Por: Julián López de Mesa Samudio
Colonialismo que se refleja en el querer forzar en el contexto colombiano las ideas personales, académicas y docentes que se traen, alienando a estudiantes, colegas y hasta a ellos mismos e impactando negativamente a la comunidad académica y a la sociedad.

Recibimos este año 2018 agradeciéndole a Sven Schuster, profesor de la Universidad del Rosario, por publicar en este diario un comentario a nuestra columna “Publica y muere” de hace algunas semanas. Celebramos que la columna haya logrado el efecto deseado, cual era generar discusión en torno al tema de las publicaciones académicas, la investigación, las exigencias de la OCDE y, en general, frente al rumbo equivocado –en concepto de quien escribe– de la educación en Colombia.
El objetivo de la columna era cuestionar la razón de ser de las cada vez más onerosas exigencias de publicación para los profesores universitarios en Colombia. Tanto el argumento relativo a la conveniencia de contratar o no extranjeros como aquel que cuestionaba los altos costos de las matrículas eran argumentos complementarios del argumento principal. En su respuesta, Schuster se desvía de la premisa principal poniendo el acento en la contratación de extranjeros, sugiriendo intencionalidades oscuras que yo no tenía ni tengo por qué tener.
Aclaro que no estoy en contra de contratar profesores extranjeros. Cuestiono las motivaciones, las formas y las condiciones empleadas por ciertas instituciones para hacerlo. Critico las relaciones asimétricas e inequitativas que algunas universidades están generando entre nacionales y extranjeros, y los privilegios que muchos profesores tienen sólo por ser extranjeros.
Porque si bien estoy completamente de acuerdo con Schuster cuando en su respuesta llama la atención sobre los graves peligros que representa el nacionalismo académico, también hay que decir, y estoy seguro que Schuster concordará completamente, que es igualmente grave y preocupante el colonialismo académico.
Colonialismo que se refleja en el querer forzar en el contexto colombiano las ideas personales, académicas y docentes que se traen, alienando a estudiantes, colegas y hasta a ellos mismos e impactando negativamente a la comunidad académica y a la sociedad. Cuestiono ulteriormente dos provincianismos: el de la academia colombiana deslumbrada por todo lo foráneo por el solo hecho de serlo, y a algunos estudiosos extranjeros que no tienen cabida en sus propios países y quienes, dándose cuenta de nuestra excesiva obsequiosidad y arribismo académico, vienen a imponer categorías, modelos y formas de hacer sin tener en cuenta las particularidades colombianas (porque el colonialismo es precisamente eso: un reflejo de un discurso provincial con pretensiones de universalidad que hoy se quiere reproducir en las academias jóvenes como la nuestra).
El profesor en su escrito justifica la contratación masiva de profesores extranjeros argumentando que la movilidad académica es deseable para la OCDE (aunque paradójicamente esta movilidad parece ser de una sola vía…) y es quizás en este punto donde radica la verdadera divergencia en nuestros argumentos y el meollo real de la polémica: ha sido precisamente la adopción apresurada, irreflexiva y chambona de las recomendaciones de la OCDE por parte de este gobierno lo que ha puesto a la educación colombiana en una posición de inferioridad y dependencia de estándares internacionales absurdos.
Finalmente, he de decir que volver a citar los mismos modelos foráneos como referentes deseables simplemente por el hecho de ser validados por la OCDE, o plantear un memorial de agravios como revelan los desafortunados párrafos finales del texto de Schuster en los que se desvía de su respuesta para hacer énfasis en su propia experiencia personal sin tener en cuenta que aquello de lo que se queja es nimio comparado con lo que les toca vivir a sus colegas colombianos en las mismas “condiciones”, señala el desconocimiento de la realidad de éstos, reforzando los tintes coloniales de la respuesta. Bienvenido sea el debate.
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Tomado de: https://www.elespectador.com/opinion/contra-el-colonialismo-academico-columna-735150
Publica y muere
Por: Julián López de Mesa Samudio
“Publish or perish" ("publica o muere”) es el eslogan, la letanía y el sino trágico de los profesores universitarios.
De unos años para acá, ésta se ha convertido en la única motivación de los docentes y en la obsesión de las universidades colombianas. A partir de las imposiciones de la OCDE, torpe e irreflexivamente adoptadas por el Ministerio de Educación, ya no se trata ni de enseñar, ni de aprender, ni de mejorar a la sociedad o al individuo; no se trata tampoco de aportar al repositorio de conocimiento universal y me atrevo a pensar que tampoco se trata de investigar (aunque se use como excusa). Se trata solamente de publicar mucho y de puntuar en ránquines.
La relevancia o el fondo son lo de menos. Los profesores, presionados y utilizados como combustible humano por sus facultades, tan solo son medidos por el número de publicaciones registradas en los índices de citación a los que sus instituciones quieren acceder. Todo lo anterior para arañar como sea punticos aquí y allá para los reinados académicos que son los ránquines internacionales que hoy parecen ser la única razón que tienen las universidades para existir (reinados que, al igual que ocurre con los de belleza o con cualesquiera otros, premian más la forma que el fondo).
Se ha llegado a absurdos como exigirles, so pena de despido, tres y hasta cuatro publicaciones indexadas por año a los profesores y por eso se publica lo que sea para que lo lean dos o tres y para que luego se archive y caiga en el olvido. Pero eso no es todo: algunas universidades han descubierto que publicar en inglés da un par de punticos de más, por lo que algunas tienen la política de contratar sólo a extranjeros para aprovechar el bilingüismo y las “redes académicas” (léase, “yo te publico, tú me publicas”) que dichos profesores traen; que sean buenos o malos profesores es lo de menos mientras alimenten el ranquin.
Ni qué decir tiene el engaño al que someten a sus estudiantes, quienes financian con unas matrículas cada semestre más desbordadas a un sistema que no los tiene en cuenta, pordebajea sus capacidades y su intelecto y, sobre todo, no es honesto: el costo en educación superior se ha vuelto tan alto que el retorno de la inversión, en trabajos dignos y bien pagos, no es el que los inversores, padres y estudiantes, esperan.
Una generación completa de directivos, funcionarios y políticos profundamente obnubilados por el modelo estadounidense de educación (ese mismo que hoy se reconoce en una profunda crisis) y tomando como paradigma el ejemplo de la Universidad de Los Andes (la más “americana” de las universidades colombianas), se ha encargado de desdibujar el propósito y el fin de la educación para transformarlo en una aberración que día a día aísla más y más a la academia de la realidad. ¿Podremos escuchar de ellos nuevas reflexiones, menos ceñidas a los guiones miopes del Ministerio de Educación y de Colciencias, y más críticas con el actual modelo?
Escribo esta columna desde la Universidad de Salamanca, donde me hallo dictando un curso sobre Colombia que, entre otros temas, toca el de la educación en nuestro país. ¿Cómo decirles a estudiantes de todo el mundo, deseosos de saber sobre Colombia, que en más de 200 años aún no somos capaces de pensar por nosotros mismos? Ninguno entiende que hemos llegado al absurdo de contratar a extranjeros para que nos expliquen quiénes somos nosotros mismos.
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tomado de: https://www.elespectador.com/opinion/publica-y-muere-columna-728220













