Por: Alfredo Molano Jimeno El Espectador
Ante los ojos del Gobierno, que se eligió con la bandera espuria de recuperar la seguridad, lo único que hemos visto regresar son las masacres, los desplazamientos, los asesinatos selectivos, los decapitados, las violaciones.

Patrocinio Bonilla tenía 27 años. Era apasionado por el fútbol y hábil conductor de panga en los ríos crecidos del Baudó y sus afluentes. Su entusiasmo y su alegría, su disposición para organizar campeonatos de fútbol y actividades deportivas, lo convirtieron en objetivo militar. “Incentivar a los pelaos al deporte resultó ser una vacuna contra el reclutamiento de los grupos armados, que se ha disparado desde hace ya casi un año”, explica un líder de la región y amigo entrañable de Patrocinio que por miedo a represalias pide que no diga su nombre. A este baudoseño lo asesinaron el pasado 11 de agosto en la quebrada Emparaidá, comunidad Santa Rita, Chocó. Y aunque muchos medios registraron la noticia, pocos se interesaron por entender qué está ocurriendo en la Serranía del Baudó.
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Ante los ojos del Gobierno, que se eligió con la bandera espuria de recuperar la seguridad, lo único que hemos visto regresar son las masacres, los desplazamientos, los asesinatos selectivos, los decapitados, las violaciones. Todo esto ocurre en el Baudó a plena luz del día, donde el avance del paramilitarismo, autodenominado esta vez “Autodefensas Gaitanistas de Colombia” (AGC), ocurre con la complicidad de la fuerza pública, como en los días del Bloque Minero y de sus “Héroes del Chocó”. La guerra se recrudece por la disputa armada y territorial contra el Eln, también desatada en el gatillo y en la coca. Patrocinio salió el martes muy madrugado. Iba al rebusque en una jornada de corte de madera junto a un grupo de diez personas. En medio de la aserrada, actividad que desempeñan desde que sus ancestros negros escaparon de la esclavitud en las haciendas del Valle del Cauca y las minas de Antioquia y el San Juan, los violentos llegaron pidiendo cédulas. Los identificaron uno a uno y largaron a todos menos a Patrocinio, a quien asesinaron a tiros a pesar de los ruegos.
Quienes regresaron al lugar de la tala encontraron los troncos tumbados y el cuerpo yerto. Las Agc, sin brazalate pero de bando conocido, reconocieron su autoría para dejar claro su poder. Los muchachos regresaron a sus casas susurrando oraciones entre dientes, entre la rabia y el miedo. Así se está viviendo en el Alto Baudó, un municipio que pasó más de 200 años sin oír un tiro, pero que se puteó desde la segunda mitad de los años 1990, cuando el Epl se refugió en sus selvas y se apertrechó en el pueblo de Pie de Pató, para luego darle pasó al control del Eln. Luego llegaron los paramilitares, con sus masacres y decapitaciones. Tras la desmovilización de las Auc, las Farc ganaron terreno y con la dejación de armas de éstas avanzaron el Eln por un lado y los gaitanistas por el otro.
En esa encrucijada se encuentra la gente del Baudó, acechada por los balas que no la deja salir de casa, o mejor sería decir: que le impiden regresar con vida a casa. La Defensoría del Pueblo ha elevado alertas tempranas desde septiembre de 2019 y ha allegado varios informes preocupantes a la Casa de Nariño, pero nada ocurre. Poco les importa a sus transitorios huéspedes que a la gente de Chocó la maten, mucho menos les interesa detener el mercado clandestino de armas y el avance del tráfico de cocaína, que se agolpa entre la serranía y los ríos Baudó, Atrato y Quito, para desembocar en el Pacífico y cruzar por Panamá a aguas internacionales. Y poco les importa porque todos están comiendo de la coca: los gringos la ven crecer para vender armas y glifosato, la fuerza pública le paga su mordida a cada cargamento, los paras y la guerrilla financian su “autoridad” con el impuesto a la merca, y la gente sobrevive con las migajas que deja el negocio. Las grandes ganancias se las quedan pocos; mientras la gente paga los costos, los patrocinios bonilla y sus familias lloran sus muertos sin poder enterrarlos con dignidad y alabaos porque a un armado no le da la gana y al Estado le importa un cieso.
Tomado de: https://www.elespectador.com/opinion/la-muerte-sin-freno-en-el-alto-baudo/
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