¿Hacia dónde van las carretas?

Linea Formación, Género y luchas populares

Por G. Leonardo Gómez Marín

Existen varios desafíos en relación con el desarrollo de la actividad de reciclaje, que es como históricamente lo hemos conocido, pero que hoy ha sido incluida en el servicio público de aseo bajo el concepto de “aprovechamiento”.

 

 

Don Josue reciclando

En un encuentro académico reciente sobre el estado actual del reciclaje en Colombia, Nohora Padilla, líder de la Asociación Nacional de Recicladores, decía que “hay que ser muy miserable para quitarle el pan de la boca a los más miserables”. Y es que es un hecho que existen varios desafíos en relación con el desarrollo de la actividad de reciclaje, que es como históricamente lo hemos conocido, pero que hoy ha sido incluida en el servicio público de aseo bajo el concepto de “aprovechamiento”.

Don Josué García es un reciclador de oficio desde hace más de 25 años, tiene más de 60 años, dos hijos y tres nietos. Trabaja más de diez horas diarias recorriendo las calles del centro de la ciudad y gracias al respaldo de la cooperativa a la que pertenece ha logrado conservar algunos “tratos” o convenios donde le permiten ingresar para esculcar las canecas de basura y rescatar algunos materiales. Al final de cada jornada recibe un pago que puede oscilar entre los 15.000 y los 40.000 pesos, pero que al fin de mes muy pocas veces supera el equivalente a un salario mínimo.

Destacada las carretas

De acuerdo con ese nuevo marco normativo colombiano, don Josué debería estar en el centro de actuación ya que los decretos que regulan la actividad de aprovechamiento tienen como principal sustento jurídico los Autos y Sentencias de la Corte Constitucional que buscan proteger la actividad de una población históricamente marginada y cuyo oficio silencioso no ha sido reconocido por el Estado y la sociedad. Las normas que regulan la actividad de aprovechamiento, establecen que personas como don Josué, debidamente reconocidas por los municipios a través de un Censo de Recicladores, tienen la posibilidad de organizarse para prestar dicho servicio público y convertirse gradualmente en especie de “empresas de aseo” pero dedicadas exclusivamente a la actividad del reciclaje; esto es lo que las normas llaman la “formalización” de los recicladores de oficio.

Y ese primer paso de la formalización, que es el de hacer parte de una organización, ya lo ha cumplido don Josué y los más de 700 recicladores asociados a la Cooperativa RECIMED que desde agostro del 2016 dijero “Sí” al reto que el nuevo marco normativo de aseo les presentó; aún sabiendo que es un desafío, que el principio de libre competencia al que se enfrentan representa múltiples riesgos, porque son muy vulnerables a las amenazas políticas y de mercado, porque aún les faltan aprendizajes para trabajar juntos, a “tirar para el mismo lado” y porque la vida los puso en un oficio bello y extraño del que a veces no se sienten tan orgullosos, porque en muchos casos el ser reciclador no es una elección, es la última opción cuando se llega a la ciudad víctima de un desplazamiento forzoso o cuando alguien se queda sin trabajo y “coger un costal” para salir a rebuscar latas y cartones es la única alternativa.

Hoy la cooperativa a la que pertenece don Josué es una Organización Autorizada para la Prestación del Servicio Público de Aseo en el componente de aprovechamiento, aprobada por la Superintendencia de Servicios Públicos para los municipios de Medellín y Barbosa; más de 300 de sus asociados están certificados por el SENA en Competencias Laborales para la prestación de dicho servicio, atienden cerca de 20.000 usuarios y han formulado un Plan de Fortalecimiento Empresarial que contempla acciones de mejoramiento en diferentes áreas y procesos para lograr una mayor cobertura, más eficiencia en los sistemas de recolección y una serie de beneficios integrales para sus asociados, entre ellos el mejoramiento de sus ingresos gracias al aumento del material reciclable que recogen y al reconocimiento vía tarifa de aseo por su labor.

Y aunque saben que en estos logros hay sobre todo números, cifras que nos hablan de inversiones, de metas, de cantidades, los recicladores creen firmemente en que por encima de todo están las personas. Están los asociados y los no asociados, las familias, los profesionales que los acompañan, los funcionarios públicos, los mandatarios, los representantes de empresas y entidades aliadas que durante más de 12 años han ayudado a aligerar el peso de sus carretas. Don Josué hace parte de una organización que ya ha tenido victorias tempranas en este aspecto: desde el mes de agosto de 2017 en Medellín se ha venido realizando la facturación del servicio de aprovechamiento y muchos de los asociados han recibido en forma periódica los pagos correspondientes al material que ha sido debidamente reportado a la Superservicios y que Emvarias EPM ha recaudado entre los usuarios. No es mucho todavía para el enorme reto que representa, pero es representativo, don Josué recibe un promedio de $150.000 mensuales, con lo cual se acerca al equivalente al salario mínimo y la organización ha fortalecido su capacidad operativa para atender a un mayor número de recicladores y mejorar la relación con los usuarios que entregan el material a los recicladores y pagan la tarifa del servicio de aprovechamiento.

Pero es precisamente ése aspecto, el de la “tarifa de aprovechamiento” lo que está llevando a que un esquema de inclusión de recicladores que es modelo en América Latina hoy esté en riesgo porque ésa que parecía ser una oportunidad histórica para proteger el oficio de la población de recicladores, para garantizar el “acceso cierto y seguro”, hoy se ha convertido en una oportunidad para que muchos “aprovechados” estén generando unas preocupantes distorsiones de mercado y, en muchos casos, estén desplazando a los recicladores de sus sitios de trabajo. En varias ciudades del país, y en algunos municipios del Oriente Antioqueño se han desatado verdaderas guerras de centavo por la “basura”, donde empresas de grandes capitales, bodegueros e intermediarios venidos a más de la noche a la mañana como “recicladores” buscan quedarse con el material reciclable que natural e históricamente ha sido la fuente de subsistencia de los verdaderos recicladores de oficio.

Hay quienes tildan a los recicladores de grandes “empresarios de la basura” y pregonan los mitos y verdades sobre la rentabilidad de un negocio que en muchos aspectos aún es silencioso y sombrío. Don Josué y sus demás compañeros asociados a la Cooperativa RECIMED están viviendo en carne propia la experiencia más dura y al mismo tiempo la más bella de brindarse la oportunidad de soñar. No ha sido fácil, han cometido errores, se han equivocado; pero también han aprendido a transitar un camino en el que sus carretas y costales se cargan no solo de chatarra y cartones sino, además de esperanza por unas condiciones de trabajo más dignas para sus hijos y sus nietos.

Desde la perspectiva de los recicladores de oficio la regulación normativa presenta hoy vacíos de interpretación pero especialmente de control, debido a que cada día proliferan iniciativas que afectan el acceso “cierto y seguro” de los recicladores al material reciclable y desde el punto de vista operacional no cumplen con la integralidad del servicio ya que en su gran mayoría se mantienen en el esquema de “compra y venta” de reciclaje. También hay dificultades en el proceso de actualización de los censos de recicladores y se requiere que dichas acciones se ejecuten oportunamente con el fin que las organizaciones no resulten afectadas en su propósito de dar cumplimento a los requisitos para acceso al régimen de progresividad para la formalización y, tal vez, lo más importante, que iniciativas que no cumplen con los criterios para acceder a dicho régimen no suplanten la actividad de los recicladores, que los “aprovechados” no se aprovechen de las conquistas normativas que fueron pensadas para los recicladores.

En el mismo evento internacional sobre reciclaje, Miriram, líder de la organización ambiental Ecowayú, contaba una situación que parece macondiana y es que en pleno 2018 las puertas que dan acceso al relleno sanitario (entiéndase como “botadero”) de un municipio de La Guajira se cierran con pesadas cadenas y sendos candados. Pero lo realmente macondiano está en que las llaves que abren los candados las porta Miriam, líder del grupo de recicladores y el conductor del vehículo de la emrpesa de aseo que recoge las basuras la debe buscar a ella para que le abra las puertas que dan ingreso al relleno sanitario.

Ya lo dijo una vez García Márquez que el día que la mierda valiera plata los pobres nacerían sin culo y en un panorama tan incierto, donde el negocio de enterrar las basuras ha sido fuente de grandes y dudosos capitales, ¿llegaremos a la escena garciamarquesca de que sean los recicladores quienes tengan las llaves de los botaderos? ¿Seguirán siendo los destinatarios “naturales” del reciclaje? ¿Hacia dónde irá don Josué con su carreta?

Amanecerá y veremos.

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