Por: Juan Gelasio*
Si tradicionalmente han sido las élites quienes han configurado las respuestas a las crisis que se presentan, creo que este momento puede definir un rumbo que altere precisamente esa tradición. Recordemos que las crisis abren grietas en un mundo que se presenta como cerrado
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“La perturbación del presente abre una pluralidad de futuros” Keijo Lakkala
No tenemos la certeza -ni aún las de las artes adivinatorias, difíciles en tiempos de perturbación social/política/económica- pero la insólita situación a la que nos ha llevado la pandemia del coronavirus creo que presenta un horizonte de posibilidades que desestiman la era del there is not alternative tan de las entrañas del neoliberalismo.
Si tradicionalmente han sido las élites quienes han configurado las respuestas a las crisis que se presentan, creo que este momento puede definir un rumbo que altere precisamente esa tradición. Recordemos que las crisis abren grietas en un mundo que se presenta como cerrado (Holloway, 2010).
Apuntando a desbrozar esa ontología como policía de lo establecido en la que hemos vivido y que naturalizamos bajo discretísimos ejercicios de poder los cuales nos han impedido verlo como lo que es: una construcción sofisticada que requiere de nuestra aceptación tácita o mediante la fuerza, generando agenciamientos pasivos, indolentes e ignorantes.
Más allá de la hiperrealidad mediática que inocula permanentemente el miedo y el pánico por nuestras arterias de la irracionalidad (que hacen postergar las críticas al austericidio por el que se la jugó la antigua soberanía estatal frente al omnipoder del mercado y que se reflejó entre muchas otras cosas en la precarización de los sistemas de salud, incluso en los países centrales -no digamos en los periféricos como el nuestro- y que hoy se confunden o se reemplazan por aplausos en horarios estatuidos hacia el personal sanitario que se enfrenta en desventaja a eso que llamamos enemigo invisible), el “confinamiento” puede darnos la pausa suficiente no solo para reflexionar en torno a las vicisitudes de un sistema que se ha presentado como ineluctable pero al que siempre se le han señalado sus salvajes limitaciones, sino para seleccionar y agrupar prácticas que podrían ser no solo de resistencia sino instituyentes de una nueva ontología política.
El entusiasmo pueril no puede obnubilar nuestra mirada de ese horizonte de posibilidades, pues el sistema tratará por todos los medios disponibles -somos testigos privilegiados de ello (1) - de reconfigurar el statu quo lo más pronto posible, aprendiendo de la enseñanza que deja este ejercicio global de control social.
De allí tendremos que estar atentos a dos derivas que hasta ahora se constituyen en ese sentido (no significa que con el transcurso de este acontecimiento aparezcan nuevas formas de ortopedia social y formas de subjetivación que apunten a ese objetivo) que si bien difieren en sus contenidos terminan por complementarse: por un lado la emergencia de una renovada forma de darwinismo social (2) en donde la supremacía por la supervivencia está en cabeza de la economía antes que en los seres humanos, esto llevando la categoría de la competencia hasta sus últimas consecuencias, sin atenuantes, sin asomo de vergüenza a la manera de Trump o de Bolsonaro (“no podemos cerrar las fábricas de automóviles solo porque hayan muertos en accidentes de tránsito”); por otro, el despliegue fantástico -casi de la misma manera que se expande la pandemia- de fascismos sociales que ordenan sin miramientos el aislamiento como única medida eficiente para contener la propagación del virus, a la manera de las mass medias y las redes sociales con sus unidades mínimas de comunicación: los memes; lo que significa un aumento inusitado del miedo hacia el otro, una pérdida absoluta de la empatía, de la comprensión de la diferencia y un incremento de la mirada totalitaria ya no de manera jerárquica (de los estados a sus asociados) sino de manera horizontal (de cada sujeto sobre otro sujeto), de forma tal que se expanda por toda la sociedad, anulando cualquier posibilidad de tejido social: el encuentro con el otro, como gesto de apertura, de hospitalidad (Lèvinas), queda así aplazado.
El aislamiento social como tecnología de gobierno inscrito dentro de una biopolítica alterada y esquizoide (con su alma gemela, la necropolítica neoliberal), integrado a nuestras sociedades del control, puede convertirse en un inmejorable experimento de innovación del control social que sirva de derrotero a un capitalismo brutal que tiene la experiencia suficiente para salir no solo avante sino refinado y más poderoso de las crisis en la que se ve inmerso. Por ello hay que distinguir en ese horizonte de posibilidades qué puede servir para empezar a constituir una real transición -por derrumbe del sistema- hacia otras formas de convivialidad que permitan emergencia de prácticas instituyentes más allá de los valores erigidos como fundantes para el estado y para el mercado
Las experiencias son múltiples, lo que no quiere decir que todas confronten al sistema (hay muchas que no hacen mas que solidificarlo en la medida en que las formas de subjetivación constituidas a partir del miedo, nos hacen más débiles frente a la posibilidad de una subjetividad política crítica, esto es: el pánico genera la sensación de que todos tenemos que estar del mismo lado -ahora más que nunca, ahora como siempre pero con mayor intensidad- porque de lo contrario seremos señalados de algo peor que de terroristas, quien no se agencie con el quedateencasa o con el estaentusmanos será envilecido por su falta de empatía, por su profunda irracionalidad y su infinito egoísmo), pero un análisis detallado sí podría permitirnos hacer un acopio de aquellas que pueden replicarse en una futura época pos-coronavirus.
No podemos perder el sentido crítico, es lo primero.
Para ello es fundamental reconocer la cantidad de prácticas colectivas no estatales que impiden que los lazos y vínculos sociales de las comunidades no solo no se rompan, sino que algunas se consoliden y que incluso otras emerjan allí donde parecían imposibles. Así mismo, otras prácticas que muestran un más allá de los límites constrictivos de la teoría económica neoclásica y que permiten develar que existe un potencial enorme de futuralidades que desbordan al Homo economicus con sus aparatosos reduccionismos.
Y claro, allí se vuelve imprescindible pensar el papel del derecho en ese horizonte de posibilidades: o se apega a su larga tradición de ser funcional al capitalismo con sus desvaríos o se instituye en una fuerza del cambio que oriente la transición. Por ahora solo lo hemos visto con su atuendo tradicional, facilitando los estados de excepción y la sanción contra las reglas que de estos se derivan; alivianando los cambios de hábitos dentro de los límites del sistema o paliando con demasiado temor los efectos sociales producidos por el cambio de velocidad a que nos estrujó la pandemia.
Aunque parezca reduccionista este escenario que propongo, las alternativas que surjan si pueden ser muchísimo más diversas y en todo caso imposibles de predecir con total certeza: o continuar con el ritmo trepidante de la hiperjuridización de todos los ámbitos de la vida humana encabezados por una lex mercatoria apabullante que implica el encogimiento de derechos humanos y fundamentales fruto de las luchas políticas y sociales de los siglos XIX y XX, fenómeno que no está en manos exclusivas de los estados sino que hoy son preponderantes otros actores del mercado (3) y de la transnacionalización del capital; u optamos por un camino de desjuridización (4) paulatina que permita nuevos horizontes democráticos donde los seres humanos en relación directa con los demás seres vivientes de su entorno, tengan la capacidad de incidir directa y democráticamente en lo concerniente a sus proyectos de vida, lo que implica derribar los fundamentos del principio de representación y su correlato discreto de la delegación.
Como sostienen Houtari y Teinvainen (2020) cuando las fracturas son suficientemente grandes, se vuelve visible la miríada de posibilidades que existen en la estructura de la realidad social, bajo las prácticas actuales, lo que redunda en la ampliación del horizonte de sentido de nuestras existencias, como lo he sostenido.
No hay certeza de lo que va a pasar ni de sus resultados, pero sí existe una posibilidad de cambio contundente frente a lo ofrecido en los últimos 40 años por un neoliberalismo criminal, aunque eficiente en encubrir su propia condición. Para un contexto como el nuestro, donde la desigualdad, la injusticia social, la acumulación de riqueza, la cooptación del estado por actores del mercado, donde la corrupción es modus operandi establecido, nuestra reflexión debe ser mucho más aguda, mucho más visceral y no por ello despojada de racionalidades emergentes.
Para terminar, me quedo con las bellas y contundentes palabras de la activista feminista boliviana María Galindo (2020) “nuestra última alternativa real es repensar el contagio”, porque está ahí como la tarde que espera la noche para desvanecerse, lo cual no indica la asunción declinante de la derrota, sino una increíble victoria: “Que la muerte no nos pesque acurrucadas de miedo obedeciendo órdenes idiotas, que nos pesque besándonos, que nos pesque haciendo el amor y no la guerra. Que nos pesque cantando y abrazándonos porque el contagio es inminente. Porque el contagio es como respirar. No poder respirar es a lo que nos condena el coronavirus, más que por la enfermedad por la reclusión, la prohibición y la obediencia”.
*Docente investigador Universidad Autónoma Latinoamericana. Medellín.
Notas
1.Ya sabemos fruto de una larga experiencia que las salvaguardas del orden establecido suelen reactivarse de manera brutal y recurrir a dictámenes autoritarios que son de fácil aceptación por parte de los sujetos, que por medio del pánico generado, se convierten en pasivos cuando no en ausentes privilegiados de nuevas formas totalitarias.
2. Dice la autora boliviana María Galindo a propósito de lo que ha generado social y políticamente esta situación que “El coronavirus podría ser el Holocausto del siglo XXI para generar un exterminio masivo de personas que morirán y están muriendo, porque sus cuerpos no resisten la enfermedad y los sistemas de salud las, les y los han clasificado bajo una lógica darwiniana como parte de quienes no tienen utilidad y por eso deben morir.”
3. Ayer 30 de marzo se anunció que la multinacional Jhonson & Jhonson produjo una vacuna contra la COVID 19 que estará lista para empezar a aplicarse a principios de 2021 y con lo cual firmó un contrato con el gobierno norteamericano para producir mil millones de vacunas inicialmente.
4. No me refiero a la abolición del derecho ni mucho menos, sino a la desujeción de la forma jurídica del orden liberal burgués que deriva en la protección de la propiedad privada y en la reificación de la norma o en lo que se denomina nomofilia.














