10 formas de Violencia lineal en Estados decadentes.

Linea Formación, Género y luchas populares

Por: José Alonso Andrade Salazar. *

Para nadie es secreto que en Colombia y muchos países latinoamericanos, priman estados sociales, democráticos y de derecho en construcción, que, en el marco de su gobierno presentan con frecuencia más retrocesos que avances. En dicho campo de relaciones, se configuran escenarios de violencia-lineal legitimados por gobiernos totalitarios que trabajan bajo un antifaz de democracia participativa, “mano dura” y seguridad pseudo-democrática.

 

 

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Gobiernos que suprimen libertades, que manipulan la protesta y la linealizan a su favor, ungidos de corrupción e inequidades, que manejan la información aumentando la ignorancia y la polarización política para dar continuidad a un poder federal centralizado, aspectos propios de la violencia lineal y de las resistencias linealizadas, o sea, resistencias infiltradas, engullidas por el sistema, fomentadas por partidos políticos con fines ideológicos, asimiladas por la lógica binaria de la polarización política, y auspiciadas para favorecer los intereses del régimen.

Quizás la primera forma de violencia lineal es considerarse una nación espejada de Norteamérica o de Europa.

Dicha imagen ha sido heredada y mantenida por muchos gobiernos como estrategia, sin embargo, representa en realidad, una vieja huella de recolonización y expansionismo económico-militar, matizada bajo el hálito de la cooperación internacional, los tratados de libre comercio y la globalización. Como consecuencia, se consumen estilos de vida, racionalidades y saberes enaltecidos bajo una coherencia científica tildada de indiscutible, a la vez que se suprimen experiencias y saberes ancestrales, aspecto que encuentra linealidad en el hecho de desestimar sus aportes y omitirlos de la educación, relegando su emergencia a periodos históricos inválidos para las lógicas explicativas del mundo actual. Dichos elementos, se fortalecen con los proyectos de explotación de recursos naturales a gran escala, que atentan contra los territorios de las comunidades indígenas-ancestrales, de modo que, no sólo se trataría de silenciar sus conocimientos, sino también, de marginar/anular sus voces, territorios y existencia.

La linealidad se extiende también, hacia la producción, mantenimiento y divulgación de saberes, prácticas y sujetos/agentes de exclusión, abismados entre sí, codificados por la vigilancia y el control, e incluso, muchos de ellos, protegidos por el halo de la impunidad y la falta de transparencia en temas de memoria, verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición de hechos victimizantes. En el marco de la violencia lineal, se buscaría instalar en el imaginario social, la idea de aprobación de la necesidad de estos elementos como dispositivos garantes de la paz duradera, la socialización y la convivencia.

La segunda, es almidonar el pensamiento colectivo con ideas de éxito, progreso y participación social.

Generando para tal fin, conocimientos y prácticas que no van más allá de la frontera de lo instituido, réquiem edificado como real y legítimo por quienes «ministerios» definen los lineamientos de aquello que se puede aprobar, criticar, difundir y consumir en tanto conocimiento.

A ello deben sumarse, las constantes restricciones a las libertades colectivas de expresión de la resistencia, además de la represión violenta de toda demanda de transformación del sistema sociopolítico.

Siguiendo a Althusser, la represión política opera a través de múltiples aparatos ideológicos de estado (jurídico-políticos e ideológicos), instalados para validar la violencia como mediador y recurso ante los dramas sociales y la inequidad que caracteriza no solo a Colombia sino también, a la mayoría de los pueblos latinoamericanos. La violencia lineal, encuentra vías de manifestación en estos elementos, cuando en el imaginario social y en las representaciones, se forja una postura colectiva cuya estreches de miras valida la ceguera, porque no ve más allá de sus propios intereses cuando los actores sociales implicados en dicha trama buscan todos los medios para lograr sus objetivos, incluso si esto implica generar mayor pobreza multidimensional, desigualdad programada y miseria escalar en las sociedades.

La tercera, implica apropiarse, validar y difundir una lógica ilusoria y neocolonialista del conocimiento técnico, económico, industrial y sociopolítico, tópico que en el marco de las ciencias constituye un criterio válido para exportar saberes y asimilarlos sin filtro.

Lo anterior tiene como problema, el forzamiento instrumental de teorías externas a realidades locales, pues divergen, en tanto territorio, historia, lógicas, actores sociales, experiencias, ideologías, emociones e imaginarios. La linealidad opera en este sentido, cuando se intentan cuadrar argumentos, protocolos y modelos explicativos de forma forzada, sin una adecuada contextualización vivencial-teórico-práctica, como si se tratase de historias análogas, espejadas o gemelas, es decir, como si la memoria fuese un ensueño que repite y recodifica eventos a modo de circunstancias históricas lineales. Asimismo, otra de las representaciones de violencia lineal, tiene que ver con instaurar “modas ideológicas” a modo de ideas contradictorias o también, a través de soluciones mágicas e inmediatas a las crisis sociales, mismas que se consumen y tornan virales, difundiéndose con rapidez demencial a través de las redes sociales y los MASS MEDIA.

Estas mediaciones, aumentan de forma exponencial las cegueras epistemológicas, la ignorancia agrupada y la reproducción de estados de excepción como campos de concentración de lo absurdo, que radicalizan la manipulación mediática colectiva, los dispositivos de control y posibilitan la proliferación de relaciones circulares de reproducción de la ignorancia política.

Un cuarto aspecto, es legitimar la violencia de Estado como recurso principal de orden social, en un intento contra-resistente del Estado para mantener la linealidad de sus operaciones totalitarias.

De esta condición brota la aversión al caos social, representado en la lógica reduccionista del gobierno, cuando no da valor, dilata o suprime las manifestaciones colectivas que demandan la reivindicación de sus derechos, dado que, en su criterio, la variedad y el ruido político no producen orden social «order from noise». No obstante, un estado capaz de criminalizar la protesta por ser subversiva y representar un nuevo orden posible, tiene la habilidad de generar en el mismo seno de sus sistemas opresivos, resistencias no-lineales, creativas, divergentes, distintas, de allí su necesidad de eliminar la protesta; infiltrar las resistencias; y, asimilar los frentes de lucha. En este escenario la resistencia no-lineal, se manifiesta a través de la libertad demandada en el inconformismo, en las resistencias que revelan el cansancio ante el abuso de poder, en las protestas emergentes de la notable desigualdad social, y en los frentes de lucha, que como sistemas organizados logran que la emancipación se constituya en imperativo categórico y dispositivo de insumisión.

La violencia lineal se declara en la intensión de criminalizar la protesta con el fin de mostrar un mandato robusto “de mano dura”, lo cual, fue la intención -en apoyo al gobierno Colombiano actual de Iván Duque- del exministro de Defensa Guillermo Botero, quien trató la protesta como un acto de guerra o terrorismo, igualando incluso a los protestantes al mismo nivel de antiguos guerrilleros, y estigmatizando no solo a los marchantes, sino también, a todo aquel que pensara de forma divergente al ordenamiento lineal que el gobierno promulga.

La quinta forma de violencia lineal tiene que ver con el mantenimiento legal-jurídico de medidas de hecho para frenar la resistencia social.

Ejemplos concretos de este tópico son: invadir universidades para capturar/maltratar estudiantes; asesinar protestantes y favorecer la impunidad que rodea estos casos; el uso de la fuerza represiva y la violencia para restablecer el ordenamiento (Escuadrones Móviles Antidisturbios - ESMAD); la infiltración de agentes en las protestas para generar mayor caos y con ello legitimar el uso de la violencia como medio de control social; la anulación de toda reorganización de la resistencia social y colectiva, al considerarla un ataque al ordenamiento totalitario, a la vez que, sostener un ideal falso de democracia desde una noción binaria de polarización de lo político, efecto que a su vez, polariza la sociedad y no permite el diálogo crítico que reformula las ideas. En esta linealidad, el estado espera obtener del caos, el control social demandado en medio de la confusión ideológica que el mismo estado ha creado, y producir a partir de ello, el alivio ilusorio que lo instala como un gobierno “salvador de adversidades”, aspecto emergente del centrismo-heteronómico occidental, que con inflexibilidad y amplia capacidad instrumental instaló la trilogía separación-exclusión-sumisión como garantía de democracia, dominación y convivencia represiva.

La sexta, se asocia a la reproducción del infortunio, la inequidad y la desigualdad.

Dichos aspectos son manifiestos a través de la inoperancia de un gobierno incapaz de responder con decisiones reales y oportunas sobre necesidades, tragedias y enfermedades previsibles. Este tipo de gobiernos constituyen manifestaciones operantes del neoliberalismo reificado, por lo tanto, promueven privatizaciones de los bienes y servicios públicos, otorgando autorizaciones para inversionistas de preferencia extranjeros en territorios ancestral y culturalmente protegidos por las comunidades. Gobiernos centrados en mercantilizar lo incomerciable: la democracia, la dignidad, los derechos, la memoria, las voces y legados de los pueblos, capaz de privatizar-capitalizar la salud, educación, las empresas sociales del estado, e incluso los recursos naturales. Competente para bajar impuestos a los ricos «exenciones tributarias y estímulos económicos a empresas robustas» y empobrecer más los pobres con tributaciones que alientan la rabia e incertidumbre colectiva, al aumentar las brechas de inseguridad y desigualdad social «recaudos elevados a personas naturales y pequeños comerciantes», y en palabras del ministro de Hacienda de Colombia Alberto Carrasquilla: “Si queremos luchar contra la desigualdad tenemos que tributar más; tributar más con base en tributación empresarial no es la salida”.

Gobiernos que critican ideologías y disciplinas bajo un discurso xenófobo que las tilda de inservibles o poco garantes de saberes científicos, tal como lo afirmó la vicepresidenta de Colombia Marta Lucía Ramírez: “Tenemos demasiadas psicólogas, sociólogas, carreras que no les sirven para tener mejores ingresos”; capaz de pedir subvenciones económicas «SISBEN» para los “pobres ricos” al mejor estilo del ministro de Hacienda ya enunciado: “Si verdaderamente queremos progresividad, tenemos que identificar y así como tenemos un Sisbén para pobres, tendría que haber un Sisbén para los ricos”; que hace uso de fondos pensionales de quienes aún no están pensionados para enfrentar crisis ya anunciadas como la del Corona-Virus, y que favorece la liquidez bancaria de los emporios económicos y comerciales, más que las necesidades colectivas de los menos favorecidos; gobiernos que responden con pobreza de ideas ante la pobreza social; orientados a invadir, silenciar y suprimir la memoria colectiva para instrumentalizarla a favor de ideologías heteronómicas. Finalmente, estados que reifican la miseria de los pueblos al enaltecer la miseria de sus propias ideologías.

La séptima retrata gobiernos que operan a través de favores políticos y cooptan el poder para agradecer apoyos de campañas electorales.

Estos gobiernos, predestinan cargos y proyectos bajo el mérito del apellido, la alianza política, el monopolio, o el apoyo electoral, por lo que, a menudo en el marco de sus pretensiones populistas -usadas como máscara e imán atrayente de masas- esconden en realidad consignas extremas, guerreristas o fascistas, desde las cuales instituyen su ordenamiento totalitario y linealizan cualquier posibilidad de transformación social y política. La linealidad se instala en el discurso guerrerista y redentor que reaviva en el colectivo oprimido la creencia de un mejor estado, capaz de combatir la inequidad y garantizar mejores estilos de vida, pero que a través de la lógica del silenciamiento anula la memoria, segrega a los vencidos, intolera los contradictorios, y dispone el olvido como dispositivo de facto, para violentar y exterminar el recuerdo. La violencia lineal se manifiesta en el uso continuo, teleológico, programado y perverso, de discursos de reivindicación de la libertad, participación, equidad, reconocimiento, igualdad de oportunidades, satisfacción de necesidades, etc., usados como estandarte de campaña para manipular la sociedad, la información y los recursos a su favor, anulando los esfuerzos prometeicos de las comunidades para opinar y elegir, haciéndolos paliativos, cuando no, inoperantes e insuficientes.

Este proceso permite la emergencia de una estructura violenta que descuida a los ciudadanos y favorece al que más tiene, y está capacitado para vulnerar los liderazgos sociales e igualar sus muertes a pérdidas humanas en términos de delincuencia y robo de celulares, tal como lo expresó la ministra del Interior de Colombia Alicia Arango Olmos: “Aquí mueren más personas por robo de celulares que por ser defensores de derechos humanos”. Gobiernos construidos sobre legados políticos que se heredan entre abuelos, padres e hijos, u otros miembros de la familia el acto de gobernar como emblema que da forma al apellido, o también, sostenidos sobre viejas rivalidades en polaridad absoluta. La violencia lineal se revela en la continuidad de los actos de injusticia y violencia en contra de los líderes y lideresas sociales, pero también, en el silenciamiento colectivo frente a sus muertes, y la pasividad social que a menudo mira con indiferencia y legitimidad la consumación del exterminio. Es precisamente en dichos escenarios que la linealidad se muestra como dispositivo de silencio y memoricidio.

La octava, reseña una forma de violencia lineal con base en la necesidad de preservar las clausuras sociales, como escenarios de confinamiento de las ideas.

Dicha pretensión suele ser operante a través de licitaciones ya programadas para licitantes específicos, es decir, amañadas con antelación para recompensar y pagar favores asegurando prebendas y “mermeladas donde todos se untan de corrupción”, también, es perceptible a través de apoyos para investigaciones sesgadas, usadas para beneficiar estudios que favorecen el régimen; que mercantilizan el conocimiento a través de patentes; o en otros casos, legitimadas para desviar recursos en instituciones en línea ideológica, neoliberal y capitalista con el gobierno. Las clausuras sociales aumentan el aislamiento represivo y virtualizan la insurrección con el fin de aislar la subversión de los sujetos al promover: la desconfianza en el otro, el individualismo multifactorial «económico, industrial, educativo, personal, etc.», la minimización mémica de las realidades sociales, la inmunidad de los corruptos, y ampliar las barreras psicosociales para la paz y la reconciliación entre otros elementos, que en conjunto, actúan como paliativos y medidas de reducción del ruido necesario y disidente de los que cuestionan el excesivo intento de control social, y el ordenamiento construido a la medida de quienes se amoldan a sus linealidades.

La novena forma da cuenta de la violencia lineal que produce el espejismo ideológico, suscitado bajo toda lógica de extremos y polaridades.

Esta propensión en gran medida se asocia al siguiente proverbio que ha transitado desde lo religioso a lo bélico: “El que no está conmigo, está en mi contra; y el que no me ayuda a recoger la cosecha, la desparrama” (Mateo 12:30). En esta linealidad se refleja el extremismo de un estado que polariza y disuade el pensamiento divergente, alocución que, en el imaginario de la democracia occidentalizada, resulta consonante con la anulación de toda idea contraria a la que el régimen valida, en tanto gobierno, educación, convivencia, participación y democracia. Conviene precisar que, el espejismo se asocia a una imagen especular-confusa de gobernar desconociendo la historia, la memoria y el contexto; desmigajando otros saberes y aprendizajes no convencionales, a la vez que sistematiza el entendimiento colectivo, y dilata decisiones sociales urgentes para favorecer intereses políticos o económicos. Ejemplo de ello puede ser que el gobierno nacional de Colombia bajo la finalidad de centralizar el poder expidió un decreto en el que desautoriza a los alcaldes y gobernadores que adoptaron restricciones y el toque de queda para tratar de refrenar la pandemia del Covid-19, disposición que aumentó el número de víctimas de estado contagiados por el virus.

La polarización promueve el crecimiento de la disconformidad social frente al direccionamiento político, haciendo que los sujetos se instalen en extremos mutuamente excluyentes, y que en muchas ocasiones movidos por intereses manipulados a través de los MASS MEDIA, desconozcan los motivos e intereses reales de quienes los representan. La violencia lineal es visible en las actitudes y emociones políticas de rechazo a pensamientos e ideologías divergentes, consecuentes con un ideal humanitario y dialógico de gobierno. Por tal motivo, todo pensamiento de ruptura se entiende como atentado al ordenamiento que los extremos promueven, mismo que suelen ser “de izquierda” o “de derecha”, y que suelen ser tildados por sus contradictores como “guerrilleras, terroristas, insurgentes” o para el caso de la derecha de “fascista, paramilitar y corrupta”, ideas ampliamente viralizadas para difuminar intereses, plantar la desconfianza ideológica, suscitar reacciones aversivas e instalar narrativas y discursos hostiles que promueven la intolerancia, descalifican la oposición y ocultan la insondable y abismal dificultad de diálogo entre sectores políticos, lo cual coarta cualquier intensión de construcción de un proyecto político efectivo, duradero y enfocado en las personas y comunidades, más que en los partidos y sus ideologías. Dicha división es extendida teleológica y linealmente a la sociedad, y con ello se garantiza la confusión que “al parecer” solo puede ser resuelta por líderes “salvadores salvajes”, demagogos de la necesidad y ascetas de la libertad.

Y el décimo, referencia las prolongaciones lineales de la violencia de estado y la violencia social en otros escenarios de interrelación.

La violencia lineal se extiende a múltiples escenarios de intercambio social, y constituye el correlato de la violencia de estado linealizada y presente en los ejemplos anteriormente enunciados. La linealización es visible en el aumento de las diversas formas de violencia en el escenario político, social, intrafamiliar, intra e inter-institucional, educativo o cultural; la reactivación de grupos delincuenciales de extrema derecha «que eliminan a líderes y lideresas» como aliciente a ideales compartidos con los gobiernos de turno; la reactivación de disidencias subversivas linealizados en sus prácticas de horror y extermino de los más vulnerables; la reocupación de territorios antes dominados por grupos ya desmovilizados, y que ahora dominan nuevos actores armados -ante el abandono y desinterés estatal-; la instalación de formas diversas de violentización de la vida cotidiana en dichos territorios; la impunidad que a la fecha rodea las ejecuciones extrajudiciales y la posible complicidad de las fuerzas del estado en dichos eventos.

Otras manifestaciones de este tipo de violencia lineal son:

Los atentados políticos a los espacios de legitimación de la memoria; las restricciones políticas a los procesos investigativos cuando se trata de investigar, abordar e intervenir problemáticas sociales de amplio espectro y atención urgente; el aumento de dramas sociales a causa de pandemias, inequidades, impunidad, problemáticas sociales irresueltas; además, de la institucionalización de telones sociales que a modo de sofismas de distracción y de forma laudánica (opiácea) entretienen a la sociedad para que no adviertan el trasfondo sociopolítico que da forma a los problemas de su existencia cotidiana.

Algunas recomendaciones para resignificar la crisis.

Para abandonar y aprender de la crisis es necesario reconocer e integrar las oportunidades que estas instalan, en tanto nuevas perspectivas y desafíos sociopolíticos. Para ello se precisa cambiar el pensamiento pasivo-receptivo, de mansedumbre y acrítico, por un pensamiento emancipador colectivo, responsable de su propia transformación y actualización, capaz de integrar ideas y vivencias democráticas donde la protesta y la rebeldía no se criminalizan, y la jactancia que envuelve el poder político actual, se vea cuestionada por la recursividad de una oposición reformista, creativa, y promotora de una educación para la resistencia personal y colectiva. Dicho sea de paso, que permita tomar una posición de ensamble dialógico, que acerque a los contrarios separados por la exclusión mutua, y promueva antagonismos complementarios de los cuales surjan como tercero incluido, nuevas formas de vivir lo democrático y gobernar con libertad, equidad y justicia social.

Somos responsables como sociedad de derrocar la polarización política que se extiende linealmente a lo social-comunitario-familiar, tornándose ideológica, apática, extremista e insular, por lo que separa las ideas y huye del debate constructivo a través del dogma. Para ello se requiere reformar el conocimiento a través de una ecología de las ideas que reúna los saberes y los ponga a dialogar creativamente, como lo expresan Edgar Morin y Boaventura De Sousa, o sea, que promueva una discusión competente sobre la tiranía y el totalitarismo, a fin de comprender y superar la ceguera del fascismo neoliberalista y del capitalismo salvaje; una ecología que revele a través del dispositivo de la memoria, los medios, fines y actores sociales implicados en la violencia de estado, que exhiba las debilidades del gobierno e instale la responsabilidad de la reparación del sistema democrático en el ámbito colectivo.

Perder la esperanza en la democracia no debe orientar las sociedades a refugiarse en el dogma religioso como última medida de salvación, ya que, la democracia no debe descansar sobre el milagro o la fe, sino sobre la acción colectiva, y mientras el credo palia en muchos el dolor de la desigualdad socioeconómica y la represión política, también, puede tornar extremistas las ideas generando más violencia e intolerancia. En contraste, la acción colectiva como organización y resistencia promueve el empoderamiento y la construcción de un destino diseñado colectivamente como proyecto humanista-político, capaz de superar lo que aleja a personas, comunidades y pueblos y, de alimentar lo que convoca y une los seres como colectivos y ecosistemas. El individualismo a todo nivel es una amenaza para la humanidad en sí misma, pues instala el cálculo, el dominio, la reificación de las ideas, el control y la posesión como garantías de progreso y éxito. Un mundo construido sobre estas bases se revela como insular, autista, insensible al dolor del otro, capaz de programar el horror y la explotación humana, todas estas presentes como formas lineales de violencia.

No obstante, las sociedades pueden advertir estas linealidades y trabajar colectivamente en acciones de transformación de la violencia-lineal, convirtiéndola en violencia no-lineal, es decir, en ejercicios que partiendo de la memoria y del aprendizaje de la barbarie, puedan comprender la historia y defender sus ideas. Asimismo, la resistencia linealizada, debe convertirse en resistencia no-lineal, capaz de operar creativamente en el seno de los regímenes, de transformar desde adentro el cacicazgo político y conformar frentes de lucha que muevan las colectividades en función de un bien común: la paz duradera y la reconciliación para la convivencia en la alteridad.

* Docente Universitario, Investigador social, integrante del Grupo de Investigación y Editorial Kavilando. 

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