Por: García Linera. Clacso
Dentro del movimiento de la historia interna de las clases sociales, una revolución modifica drásticamente la arquitectura de las relaciones entre ellas, al expropiar los bienes y las influencias poseídas por unas, para redistribuirlas parcial o totalmente entre otras clases o bloques de clases que en ese momento ocupan posiciones de decisión o influencia sobre esos bienes.
En síntesis, y en primer lugar, las revoluciones son por tanto largos procesos históricos de semanas, meses o años, que licúan las relaciones de poder prevalecientes para instaurar un nuevo orden de mandos, influencias y propiedades, inicialmente fragmentadas, sobre los bienes de la sociedad. Dentro del movimiento de la historia interna de las clases sociales, una revolución modifica drásticamente la arquitectura de las relaciones entre ellas, al expropiar los bienes y las influencias poseídas por unas, para redistribuirlas parcial o totalmente entre otras clases o bloques de clases que en ese momento ocupan posiciones de decisión o influencia sobre esos bienes.
En segundo lugar, una revolución es un desmoronamiento de las estructuras de poder moral de las antiguas clases dirigentes, una disolución de las ideas dominantes y de las influencias políticas que consagran la pasividad de las clases subalternas25. Las tolerancias morales entre gobernantes y gobernados se licúan dando lugar a iniciativas políticas directas de las clases laboriosas que van produciendo, armando o aceptando nuevos esquemas discursivos, nuevas estructuras morales ordenadoras del papel de los individuos en la sociedad.
Esta lucha es el motor de toda revolución, y de sus resultados emerge una institucionalidad capaz de objetivar ese magma social, esto es, de organizar y regularizar esas influencias modificadas, ya sea sobre los bienes comunes de la sociedad o sobre los bienes privados, dando lugar a una nueva estructura estatal adecuada a la estructura de propiedad e influencias de clase. Esto significa que las revoluciones primero se las gana en la propia sociedad, en el liderazgo político y organizativo activo de las clases subalternas; y solo después, esto puede devenir inicialmente en estructura estatal y luego en monopolización y unicidad de poder. Todas las historias de las revoluciones políticas y sociales del siglo XX y XXI tienen, e inevitablemente tendrán, estas características.
En realidad, una revolución son múltiples y contradictorias revoluciones en paralelo, en concordancia con las múltiples iniciativas desplegadas por las diversas clases y fracciones de clase que concurren y se construyen en el transcurso de la propia revolución. Una revolución es la destrucción de antiguas relaciones de propiedad y de influencia, para dar lugar a nuevas relaciones de propiedad material e influencia estatal.
Una revolución es, en definitiva, la lucha encarnizada por el nuevo monopolio duradero de las influencias ideológico-políticas de la sociedad, por nuevas hegemonías de largo plazo. De ahí que toda revolución sea también una manera de nacionalización de la sociedad (cfr. García Linera, 2014).
Notas relacionadas:















